EDUCACIÓN PARA LA FELICIDAD

 

 

En la actualidad aún existen inconsistencias para definir los objetivos de la educación. Estas se originan principalmente al evaluarlos por el resultado exitoso o por el fracaso respecto al logro de reconocimientos académicos, económicos o sociales del individuo, a los que debe aportar la educación; objetivos que actualmente prevalecen sobre la formación del carácter o cultivo del ser humano.

 

El modelo educativo que se fundamenta básicamente en resultados personales objetivos, puede ser absolutamente engañoso para alcanzar el propósito de la vida definido como: “felicidad”.

 

Una educación que se fundamenta exclusiva o principalmente en el modelo de estudiar o instruirse en materias o cursos curriculares, solo formará el intelecto y/o la memoria, olvidando que el ser humano es multidimensional, pues también tiene emociones y sentimientos y el conjunto de estas dimensiones, incluida la intelectual, forman el carácter de la persona.

 

Un individuo que experimenta emociones sanas y motivacionales, que tiene buenos sentimientos, a los que se suma un acervo intelectual sólido y profundo, será indudablemente una persona cultivada, de buen carácter, que ostenta valores humanos incuestionables y, por lo tanto, su felicidad no dependerá de factores exteriores a su mundo interno, trasluciendo en su comportamiento paz, capacidad de discernimiento, equilibrio y armonía.

 

La educación de ninguna manera debe restringirse a que el estudiante, en cualquier grado del proceso educativo, esté limitado a instruirse solo con el fin de aprobar las materias curriculares.

 

Una persona con un gran intelecto pero sin sentimientos sanos y constructivos puede ser peligroso para sí mismo y para la sociedad, en vista de que habrá desarrollado un ego desproporcionado que lo conducirá hacia un comportamiento egoísta, una de las causas más perjudiciales para lograr la felicidad, ya que ésta se basa en compartir, ayudar, y promover la felicidad de los demás. Recordemos la frase de Jesucristo que nos señala: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

 

En este sentido, el proceso educativo, que debe comenzar desde la procreación del ser y continuar en el hogar es permanente, y los centros educativos en los que pasamos gran parte de nuestra vida para formarnos como seres humanos, con todo el desafío que ello implica, deben privilegiar la formación humana en valores que cultiven el carácter de los educandos.

 

La vida es un proceso continuo de acumulación de experiencias que forman al ser humano para bien o para mal. Por eso es importante que los padres se esmeren, desde el proceso de gestación, que el bebé tenga, a través de la madre, vivencias plenas de armonía; así tendremos el mejor campo para seguir sembrando y cultivando al niño cuando llegue al mundo.

De allí en adelante, la educación queda supeditada a lo que le enseñan y trasmiten los padres, no solo como información y orientación, sino a través del ejemplo, del afecto y de la dedicación, para que el infante empiece a desarrollarse con confianza y seguridad.

 

Durante los primeros 6 años de vida se forman y educan la base de los sentimientos que nos acompañarán durante toda la vida. De allí que exista el dicho popular, pero por eso no menos sabio, que ante los actos reñidos con la moral y las normas de convivencia o de inadaptación social se diga: “de niño no tuvo el amor de sus padres”, salvo raras excepciones que habitualmente se generan por alguna patología mental.

 

En esta etapa de la vida, el ser humano debe conocer la libertad de vivir a plenitud, pero también los límites para ejercerla, es decir, sentirse amado y comprendido, pero de ninguna manera consentido en sus “caprichos y pataletas”. Durante este periodo, entre los 3 y 5 años, el niño complementa la educación del hogar con la convivencia en centros educativos especializados pre-escolares, con actividades de aprestamiento realizadas en un entorno de afecto y motivación, que tienen como objetivo estimular y desarrollar las habilidades psicomotoras y de conocimientos.

 

Luego, a partir de los 6 años, comienza la edad escolar, normalmente con la adquisición del denominado “uso de razón”, que tradicionalmente se correlaciona con los 7 años, cuando el niño comienza a pensar con lógica y a usar el raciocinio para expresarse y actuar con propiedad.

 

Hasta los 14 años, pasa gran parte del tiempo en el colegio, ya terminó la educación primaria y generalmente se encuentra cursando el tercer año de secundaria con la capacidad, a través del raciocinio, de discernir entre lo correcto y lo incorrecto, de acuerdo a su tabla de valores y del desarrollo de su conciencia. Esta facultad de discernir, se debe convertir en su mejor aliada para alcanzar una vida digna como el mejor componente de la felicidad.

 

Por tal razón es que tanto padres como profesores, deberían “practicar lo que predican y enseñar con el ejemplo” porque ellos serán el mejor espejo donde se reflejen los niños y jóvenes, al observar que existe coherencia entre lo que expresan y su comportamiento. Es en este periodo donde la educación de todos los cursos o materias debe estar sumergida en la trasmisión de valores con métodos apropiados y con profesores capacitados.

 

Los centros educativos deberían transmitir y exaltar la importancia de los valores fundamentales para triunfar (ser felices) en la vida: Verdad, Justicia, Paz, No Violencia, Solidaridad, Respeto, Amor, entre otros.

 

A través del desarrollo pleno de sus capacidades intelectuales y talentos, que coincide con el cuarto año de educación secundaria, el joven, a partir de los 15 años, ya tiene una idea de lo que quiere ser y hacer en el futuro para complementar su felicidad; por ello la importancia que en ese periodo tengan cursos de motivación profesional donde descubran y afiancen su vocación.

 

Terminado el periodo escolar, la formación y educación se prolonga en la vida misma y en instituciones y centros educativos de nivel superior técnico o universitario hasta tener una profesión con la cual no solamente se debe “ganar la vida” sino “servir para la vida”. La profesión ejecutada dentro del marco ético y de solidaridad con la sociedad, garantiza no solo una vida individual feliz, también contribuye a una sociedad feliz, ya que esta es la suma del comportamiento y del carácter de cada uno de sus miembros.

 

De allí la importancia que en los institutos académicos y centros educativos de rango superior en general, complementando la formación escolar de valores humanos, se impartan cursos de desarrollo humano y de análisis de la realidad social, con intensidad en las labores de campo y servicio social, para que la formación profesional no sea otra materia académica más, sino más bien, a través del contacto con la realidad, una plataforma sólida donde el ser humano pueda edificar y plasmar sus objetivos de vida.

 

A continuación algunas reflexiones sobre el proceso educativo escolarizado actual:

 

LA EDUCACIÓN EN EL SALÓN 

DE CLASE

Los colegios, institutos, centros de idiomas, escuelas técnicas, universidades, entre otros, en general representan un sistema de educación que, para muchos, ha agotado sus recursos y herramientas para garantizar una adecuada formación humana, como se nota claramente en el desbalance entre el desarrollo humano y el avance de la ciencia y tecnología.

 

Es cierto que los estudiantes son sometidos a mayores jornadas de estudio que las generaciones anteriores, pero también es cierto que actualmente las personas están más estresadas, y el estrés es el principal componente de la infelicidad; además, también es cierto que estudiar en demasía y por obligación provoca cansancio y desgano.

 

La organización

Si los estudiantes desean tener más tiempo para realizar otras actividades, es fundamental que aprendan la importancia de organizarse.

 

Los centros de estudio demandan tareas y demás actividades que escapan del horario de estudios. Esto trae como consecuencia la falta de descanso y la pérdida de oportunidades para interactuar armoniosamente con los miembros de la familia.

 

Si los estudiantes aprenden a organizarse y dedican un espacio diario de tiempo a los deberes que no son para el día siguiente, no solo tendrán tiempo para relajarse, descansar y compartir, sino que también habrán cumplido a tiempo con sus deberes sin estresarse.

 

El espacio aproximado de una hora diaria, tanto para las tareas escolares como para el estudio de distintas materias, puede traer resultados positivos sin necesidad de provocar estrés, agotamiento y fastidio.

 

Descubrir y dedicarse

Con frecuencia, los estudiantes descubren un curso que les causa un interés particular y estimula su curiosidad. Esto es muy importante para que exploren las posibilidades que se les ofrece con el fin de continuar desarrollando ese interés posteriormente.

 

En los casos de las universidades o institutos superiores, los estudiantes a veces se encuentran con cursos complicados que se relacionan muy poco con la carrera elegida. A pesar de que el estudiante se cuestionará la necesidad real de llevar estos cursos, muy poco pueden hacer al respecto ya que son parte del currículo. Pero lo que sí está al alcance de todos es reconocer las fortalezas de aquella materia complicada y plantearse como desafío personal dominar sus dificultades.

 

Incluso dentro de una materia complicada o aburrida, podemos aprender sobre nuestro carácter, fortaleza y determinación.

 

Es importante comprender que más allá del salón de estudios, lo realmente importante es el desarrollo de una personalidad equilibrada y con valores humanos, éste será nuestro mayor éxito.

 

El estudio de sí mismo

Si el joven aprende a observar, a tomar contacto con la realidad y a reconocer sus motivaciones, el tiempo de estudio en los salones de clases será de enorme provecho. Esto se debe a que las situaciones difíciles del entorno escolar y de la educación superior nos revelan las debilidades y fortalezas de nuestro carácter. La manera de reaccionar ante la adversidad es el gran determinante que yace entre el éxito y el fracaso. Por ello, es necesario esforzase para estar preparados y desarrollar la capacidad de resiliencia en la vida.

 

LA EDUCACIÓN EN LA VIDA MISMA

El otro lado de la educación es aquel que nunca termina: se aprende por la experiencia y la vida nos la proporciona en cada instante. Por eso, la educación no debe estar restringida a los centros educativos, también se imparte, como ya lo mencionamos, en la familia y a través de la sociedad, lo que se expresa en la calidad de vida de barrios, ciudades, países, y el orbe en general.

 

Probablemente todo aquello que aprendimos en clase nos será de utilidad. Pero en la vida cotidiana también nos encontraremos con nuevos desafíos, nuevas personas y nuevas situaciones que demandarán el uso de las mejores herramientas de nuestro “armario” de habilidades y talentos.

 

Para tal efecto nos permitimos sugerirles algunas herramientas que les serán útiles en el proceso educativo de la vida misma:

 

Tolerancia. Significa aprender a reconocer el potencial en todas las personas que nos rodean y rescatar los aspectos positivos de las mismas. En algunos casos, la tolerancia nos hará permanecer en silencio, y en otras, demostrar amabilidad.

Paciencia. Es de alguna manera hermana de la tolerancia. Ser paciente es tolerar las dificultades del camino, del tiempo, y de las relaciones interpersonales. Permanecer paciente no significa perder el entusiasmo. Ser paciente es comprometerse con los desafíos del entorno y encontrar la tranquilidad para ser feliz durante los cambios.

 

Lealtad. Las manifestaciones de la lealtad son el agradecimiento, el aprecio, el cariño y el amor. Las emociones más positivas se producen a partir de la capacidad de reconocer la importancia que algunas personas tienen en nuestra vida y, en consecuencia, sentirnos agradecidos por ello. Ser leal es recordar siempre los aspectos positivos y estar conscientes de quiénes nos aman y aprecian realmente. El sentimiento es recíproco y en nuestra educación por la vida, la lealtad demostrada y desarrollada nos permitirá estar acompañados, acompañar, y sentirnos más felices.

 

En conclusión, “la educación para la felicidad” es aquel proceso permanente de acumulación de experiencias en la vida dentro de la sociedad, hogar-familia y centros escolares y académicos, por el cual aprendemos a conocernos a nosotros mismos, a sentirnos parte de la naturaleza y del universo, y este objetivo solo se logra por medio del cultivo del carácter y el desarrollo de la conciencia humana.

 

Bien de Salud les desea felicidad a todos los estudiantes mientras se educan en las aulas y en la vida misma. La verdadera educación nos convierte en personas con valores, empáticas y, como consecuencia, nos acerca cada día más a la verdadera felicidad.

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