EL SOL COMO CENTRO ESPIRITUAL

 

 

En los parques de diversiones existe un juego que consiste en una plataforma redonda, que da vueltas, en ella se suben las personas. La máquina se pone en marcha, el movimiento se acelera, y de pronto, los que se encuentran en la periferia entran en el torbellino de las fuerzas centrífugas, siendo empujados hacia el exterior, en todas direcciones, mientras que los que se mantienen en el centro permanecen tranquilamente en su sitio. Esto nos enseña que cuanto más nos alejamos del centro, más sometidos estamos a las fuerzas desordenadas, caóticas y poco a poco perdemos nuestro equilibrio y nuestra paz. Al contrario, cuanto más nos aproximamos al centro, el movimiento cambia, y sentimos la calma, la alegría, la expansión del alma. Este ejemplo de la máquina de diversión nos enseña que si vamos por la mañana a contemplar el sol con el deseo de penetrar en él, sacaremos fuerzas y encontraremos en nosotros mismos un centro: abandonamos la periferia y volvemos hacia la fuente, en la paz, la luz y la libertad.

 

El sol es el centro del sistema solar y todos los planetas gravitan alrededor de él en un movimiento armonioso. Este movimiento armonioso de los planetas alrededor del sol, debemos imprimirlo en nuestras propias células. Pero para esto, tenemos que encontrar el centro en nosotros, el Espíritu. Dios. En ese momento, todas las partículas de nuestro ser entran en el ritmo de la vida universal y lo que experimentamos como sensaciones y estados de conciencia es tan maravilloso que no hay palabras para expresarlo.

 

Por supuesto también podemos orar, unirnos con Dios, volver al centro en nuestra propia casa. Pero si al mismo tiempo que oramos respiramos el aire puro y nos exponemos a los rayos del sol, realizamos esta unión con Dios no solo intelectualmente o espiritualmente, a través del pensamiento, sino también físicamente a través del aire, de la luz. Si sabemos aprovechar todas estas condiciones, nos acercaremos de forma más rápida, más eficaz, más maravillosa a esta fuente de vida de la que tan necesitados estamos todos.

 

Todos los seres sin excepción tienen necesidad de volver a esta fuente. Lo comprenden de diferente manera, pero en realidad todos buscan al Señor: los que no hacen más que comer y beber, los que buscan a las mujeres sin saciarse, los que desean riqueza, el poder, la ciencia, todos buscan a Dios. Lo que sucede es que quieren llenar ese vacío de esta manera, pero en realidad ese vacío solo puede ser llenado por Dios.

 

Si supiéramos dónde está Dios y cómo encontrarlo en su estado de perfección, por supuesto, nadie transitaría por los otros caminos, pero Dios se encuentra un poco en la comida y la bebida, un poco en el dinero, se encuentra en los hombres y en las mujeres. Desear la autoridad, el poder, es querer poseer en el fondo un atributo de Dios. Querer ser bello, es también buscar una cualidad de Dios: su esplendor. Todo lo bueno, bello o deleitoso, encierra al menos alguna parcela de la Divinidad. Pero para encontrar de verdad al Señor, existe el mejor camino, a través del cual se Le alcanza directamente: el sol.

 

Cuanto más nos acercamos al sol con nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro pensamiento, nuestro corazón y nuestra voluntad, más nos acercamos al centro que es Dios. Todos esos atributos abstractos y alejados de nosotros que se dan al Señor Fuente de vida, Creador del cielo y de la tierra, causa primera, Dios Todopoderoso, Inteligencia cósmica, pueden resumirse en esa idea del sol, tan concreta y próxima a nosotros. Podemos considerar al sol como el resumen, la síntesis de todas estas ideas sublimes y abstractas que nos rebasan. En el plano físico, en la materia, el sol es la puerta, el lazo, el medio gracias al cual podemos alcanzar al Señor.

 

Debemos laborar para encontrar el centro de nuestro sistema, el sol, el manantial de donde surge la vida; después en el plano espiritual, a aquel que es el más grande, el más poderoso: el Señor, y unirlos a nuestro propio centro, que es nuestra chispa, nuestro Yo Superior, pues hasta ese momento no nos habremos encontrado a nosotros mismos ni habremos descubierto la verdad. Vivimos todavía en las ilusiones y en las tribulaciones, porque no hemos llegado a encontrar el centro, a girar alrededor de él, a fundirnos en él. Son nuestros deseos, nuestros caprichos, nuestra codicia lo que nos gobierna, giramos alrededor de estos. No debe ser así, en lo sucesivo deben girar a nuestro alrededor, obedecernos, someterse. Si corremos para satisfacerlos, no solamente no llegaremos, sino que lo perderemos todo. Son ellos los que deben servirnos, laborar para nosotros que somos el centro, la cabeza, el señor de nuestro propio reino.

 

En lugar de querer competir con los demás para obtener puestos de gobernador, de alcalde, de ministro o de presidente, laboremos en nuestra educación interior para encontrar el sol. Cuanto más amemos y comprendamos al sol, más nos elevaremos hasta los grados superiores de nuestro ser y más nos acercaremos a la cima. Representada de otra forma, la cima no es otra cosa que el centro, ya que la proyección geométrica del cono es un círculo con el punto central. Así pues, si vamos hacia el centro de nuestro círculo, nuestra alma, nuestro espíritu, o si subimos para ir hasta la cima, hasta el sol, es el mismo camino experimentado de forma diferente y los beneficios que recibiremos son los mismos: la paz, la claridad, el poder y el amor.

 

 

Extraído del libro “Hacia una civilización solar”

Autor: Omraam Mikhaël Aïvanhov

Editado por Bien de Salud

con la autorización de Editorial Prosveta www.prosveta.com

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