Mi hija soñada

 

 

 

 

Una tarde, durante mi primer mes de embarazo, comencé a sangrar profusamente. Me llevaron de inmediato al hospital para ser atendida.

 

Con los pies en alto y bolsas de agua fría sobre mi vientre, mi médico me dijo que esperara los resultados del laboratorio para decidir qué acción tomar a la mañana siguiente.

 

Una vez sola en el silencio de mi cuarto, me puse a pensar en lo que ocurría dentro de mi cuerpo y me pregunté si perdería al bebé cuya presencia ya amaba. Pero me esforcé en aplacar mis preocupaciones, hasta que me quedé dormida.

 

Entonces, tuve un sueño. Vi un jardín iluminado con deslumbrantes rayos de luz de sol intermitentes en un cielo azul con blancas y espigadas margaritas. En ese instante una niña muy pequeñita apareció y caminó hacia mí. Tenía unos rizos suaves de un tono castaño dorado y una carita redonda adorable. Su vestido era de cuadritos azules y blancos con el cuello de piqué blanco, con mangas de globo ajustadas. Sobre la pechera de su vestido, bordadas en hilo rojo se leían las letras ABC. De pronto escuché que me suplicaba: “¡Mami, mami, no dejes que me alejen de ti!”. Desperté gritando. Una enfermera llegó a mi cuarto y después de tranquilizarme, se quedó a mi lado. Cerré los ojos, guardando la visión de la niñita en mi mente y me quedé dormida.

 

Lentamente llegó el amanecer. Mi médico llegó temprano y me dijo: “Todo está listo para hacerte un legrado. El informe del laboratorio indica que tuviste un aborto. Te limpiaremos el útero y en tres meses podrás comenzar, nuevamente, a pensar en un nuevo bebé”.

 

“Estoy encinta –le dije-. No me haga un legrado, tendré una bebé en siete meses”.

 

Me miró con sorpresa y me dijo que siempre había pensado que yo era una persona sensata, con los pies sobre la tierra, que debería sacar de mi mente esas fantasías y continuar con mi vida. Discutimos

durante un buen rato hasta que finalmente aceptó mi petición de hacerme una nueva prueba de embarazo.

 

Varias horas después regresó a mi habitación, se paró a los pies de la cama y dijo: “¡Tenías razón! Aún estás en cinta. Abortaste un bebé gemelo”.

 

Cuando le conté cómo sabía de mi embarazo me miró aún más perplejo que durante nuestra previa conversación. Meneó la cabeza, me abrazó y partió. Supongo que lo que le dije sobre mi sueño de la niñita fue demasiado para su mente científica y su aprendizaje médico. Decidí mantenerlo en secreto, pero me prometí que algún día se lo diría a mi hija, pues ¡estaba segurísima que tendría una niña!

 

Siete meses después, casi en el día indicado, di a luz a una nena saludable que tenía una carita redonda y una pelusa dorada como pelo. A mi médico solo le quedó volver a menear la cabeza y con un tono de voz algo exasperado, murmuró algo por lo bajo: “Mujeres…sus sueños...sus intuiciones…su sexto sentido”.

 

Me llevé a mi bebé a casa, sin dejar de observar aquellos ojitos café claros que parecían estar fijos en los míos diciéndome cosas que yo necesitaba saber.

 

Recuerdo el primer regalo que recibió mi bebé, era de una amiga que vivía fuera de la ciudad, no sabía nada acerca de las circunstancias en las que mi hija había venido al mundo. Cuando abrí la caja y fui apartando con suavidad las capas de papel de seda que protegían el regalo, descubrí un vestido de cuadritos azules y blancos con un cuello de piqué blanco y mangas de globo, y en cuya pechera estaban bordadas en hilo rojo, las letras ABC.


Úrsula Bacon

 

 

 

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