EL LABERINTO DEL TIEMPO CUÁNTICO

 

 

En una famosa carta enviada a la familia de su amigo Besso, poco después de la muerte de este científico italiano, Einstein escribió: "Besso se me ha adelantado algo en abandonar este extraño mundo. No tiene la menor importancia. Para nosotros, físicos convencidos, la distinción entre ayer, hoy y mañana no es más que una ilusión". Aunque la frase pueda parecer disparatada, es perfectamente coherente con lo que nuestra física sabe sobre la realidad.

 

Desde que Einstein formuló su teoría de la Relatividad General, se acepta que el mundo puede ser descrito como un ente de cuatro dimensiones: tres espaciales -largo, ancho y alto-, implicadas con una cuarta: el "tiempo". Entre todas configuran el entramado del Universo: el continium-espacio-tiempo. Y es imposible disociarlas. La distancia entre dos puntos del espacio sólo existe en función del tiempo necesario para cubrir el recorrido entre ambos. Cuanto más rápidamente se desplaza un cuerpo más lento transcurre su tiempo, un hecho confirmado en laboratorio con relojes atómicos muy precisos y que ilustra un experimento mental conocido como "la paradoja de los gemelos". Los dos niños tienen 7 años; uno permanece en su ciudad y el otro parte en un vehículo a una velocidad próxima a la de la luz. Durante este viaje observa algo raro: el paisaje que atraviesa y debería ver a ambos lados, como el que deja atrás, se concentran ante el parabrisas, como si todo se hubiese desplazado en la dirección en que se mueve su vehículo. Al regresar, comprueba en su reloj que el paseo sólo ha durado 2 horas y él sigue teniendo 7 años; en cambio, para su gemelo han pasado 65 años y ya es un anciano.

 

Con el tiempo ocurren fenómenos tan extraños como éste. Depende de la velocidad a la que se desplaza un objeto, transcurriendo más lentamente cuanto mayor es ésta; también en los puntos del Universo en los cuales es mayor la gravedad.

 

Por otro lado, en el caso de las 3 dimensiones espaciales disponemos de otras tantas direcciones y podemos señalar o recorrer cada una de ellas físicamente, en un sentido u otro -arriba y abajo, adelante y atrás, izquierda y derecha-, pero no es posible hacer lo mismo con esta cuarta. Nadie puede señalar dónde está el pasado ni por qué punto aparecerá el futuro, como tampoco retroceder o adelantar para trasladarse a sus "territorios". Somos prisioneros del presente.

 

En relación a esta cuarta dimensión estamos en la misma situación en que se encontrarían los habitantes de un universo plano -imagine un espacio bidimensional, que sólo dispusiera de largo y ancho, respecto a la tercera dimensión vertical en que se mueve. A medida que todo ese universo horizontal se desplazara verticalmente, los seres que habitaran semejante mundo notarían cambios en ellos y en su entorno: en un plano serían más jóvenes y en otros más viejos. Si fuesen inteligentes, podrían deducir la existencia de una extraña "tercera dimensión" imposible de imaginar -el eje vertical en que se mueve todo su mundo plano-, e incluso serían capaces de calcularla matemáticamente y definir cómo sería su geometría, como hacemos nosotros con el hiperespacio. Pero no podrían señalarla, puesto que en la realidad física plana que ellos perciben con sus sentidos no hay "arriba" ni "abajo" y únicamente es posible captar un único plano horizontal en cada momento dado. Tampoco podrían imaginarse cómo serían los objetos en ese "extraño" mundo tridimensional, por falta de experiencia física de lo que significa "altura". Aunque ellos fueran materialmente seres tridimensionales, su propia conciencia los convertiría en prisioneros de su experiencia bidimensional y se verían planos, tal como nosotros nos percibimos en tres dimensiones, aunque físicamente seamos seres de 4 dimensiones (alto, largo, ancho y tiempo).

 

Imaginemos la conciencia de estos individuos de nuestro ejemplo como un punto de luz que se mueve a través de los distintos planos en el sentido del eje vertical. Aquel en que se encuentra dicho punto sería el "presente", que se transformaría en "pasado" cuando lo abandonara y accediera al siguiente. Hasta ser alcanzado, este último sería el "futuro" de dicho universo bidimensional.

 

Sin embargo, contemplado desde fuera, este cosmos plano se percibe como un volumen estático de 3 dimensiones. Cada ser recorre una línea vertical (tiempo), que se inicia en un plano y acaba en otro distinto. Desde ese punto de vista exterior, todos los puntos por los cuales la vertical corta los planos se ven como una línea continua. En dicha situación, no existe diferencia entre pasado, presente y futuro. Desde esa perspectiva tridimensional -como nos sucede a nosotros-, los conceptos mismos de "punto" y "plano" no son más que una abstracción, sin existencia real; es decir, "una ilusión". Si en un estado alterado de conciencia esos individuos planos accedieran por algunos momentos a la visión vertical, percibirían un plano aún no recorrido (futuro), o ya dejado atrás (pasado). Y entonces hablarían de "precognición" o de "retro- cognición".

 

Algo semejante nos ocurre a nosotros. Para un observador exterior al continuum- espacio-tiempo, seríamos seres desplegados en 4 dimensiones que físicamente sólo perciben 3. Pero él tendría ante sus ojos un escenario estático de 4 dimensiones, en el cual coexisten simultáneamente todos los momentos de nuestra existencia, desde el nacimiento a la muerte. Ante semejante observador, la película de nuestra vida estaría contenida en un único cuadro tetra-dimensional. Para dicha inteligencia, el niño que fuimos resultaría tan real y "presente" como el anciano que seremos. Con la misma mirada abarcaría toda la evolución del Universo y él mismo sería "Alfa y Omega". Para nosotros esto significa que, a pesar de no poder indicar dónde -ni de imaginar cómo es posible-, todos los instantes de nuestra vida coexisten simultáneamente en la cuarta dimensión.

 

 

Precognición y destino

La precognición podría definirse así como el acceso de la conciencia a la visión de un momento -otro plano en nuestro ejemplo- aún no alcanzado. En el concepto tradicional, dicha percepción indicaría aparentemente que "el futuro está escrito o determinado": lo visto podría ser un hecho real que "tendrá lugar", aunque respecto a esa conciencia humana "todavía está por suceder". Pero también sería posible que en esa cuarta dimensión que llamamos tiempo coexistieran infinitos futuros paralelos alternativos y que, dependiendo de lo que sucede en cada situación tridimensional presente, se materializara uno u otro.

 

Esto último es lo que sugiere la casuística de la precognición recogida por la parapsicología. Así, por ejemplo, muchas veces la situación "prevista" se materializa, pero alterada en aspectos importantes. En estos casos, la persona aparentemente accede al estado futuro de su propia mente y el fenómeno pre-cognitivo podría definirse como una comunicación telepática del sujeto con una manifestación futura de sí mismo asistiendo a una situación virtual, que podría ocurrir o no. El hecho de que dicha situación pueda alterarse en un aspecto importante sugiere que, en realidad, la conciencia accede a una gama de múltiples futuros alternativos. Esta es la interpretación preferida por los teóricos de la parapsicología, que han encontrado en la mecánica cuántica la base física para explicarse esta peculiaridad de "las visiones de futuro".

 

Para el psiquiatra Ninian Marshall, el mecanismo es similar a lo que ocurre a escala subatómica: cuando un electrón es perturbado emite energía cubriendo todas sus posibilidades futuras de transición a otra órbita. Según su teoría, el cerebro podría sintonizar con las situaciones virtuales del porvenir y así amplificar ese modelo microscópico hasta convertirlo en una representación macroscópica por un mecanismo análogo a la resonancia. Al tomar conciencia de la situación "prevista", el sujeto también podría alterarla.

 

En 1974, el Dr. Evan Harris Walker elaboró otra teoría basada en las ecuaciones de onda del físico Erwin Schrödinger. Dichas ecuaciones describen todas las posibilidades asociadas con un fenómeno cuántico (subatómico). Todas son viables y se desarrollan a través del espacio-tiempo, hasta que una conciencia observa el fenómeno. Dicha observación determina el hecho concreto (presente), colapsando todas las otras posibilidades de onda (distintas posibilidades de futuro). Esto indicaría que el fenómeno sólo existe virtualmente hasta que alguien lo observa. Sobre esta base, Walker sugiere que el acto consciente de prever un hecho (precognición) tiene el efecto de crear y alterar lo previsto. La conciencia actuaría así ordenando el caos cuántico y fabricaría la verificación de su propia predicción, transformando en real sólo una de las infinitas posibilidades virtuales de futuro de cada momento.

 

En el Congreso Internacional de Física Cuántica y Parapsicología celebrado en Ginebra el mismo año en que Walker propuso su teoría, el físico norteamericano Gerald Feinberg postuló otra hipótesis -compatible con las ecuaciones de Maxwell sobre electromagnetismo- que propone una "memoria del futuro". Básicamente, sostiene que la conciencia puede recibir información tanto del pasado como del porvenir. En todas estas hipótesis, existiría el libre albedrío humano. Al tiempo que explicarían todos los casos de precognición, también sugieren que este fenómeno es mucho más común de lo que parece, aunque para la mayor parte de las personas esta "memoria del futuro" se capte a nivel inconsciente como una intuición o un presentimiento.

 

Estas teorías también son coherentes con el modelo propuesto por los físicos norteamericanos John A. Wheeler y Hugh Everett, para quienes no existe un único mundo físico, sino un amplio espectro que contiene todas las alternativas posibles como infinitas realidades paralelas. Everett ilustró este mecanismo de los futuros virtuales con un ejemplo: Supongamos que nuestra existencia es como un museo en cuyas galerías se hallan todas las situaciones que vivimos. El edificio está en sombras y nuestra conciencia lo recorre paso a paso, como si fuese una linterna que va alumbrando sucesivamente los retratos correspondientes a cada uno de los momentos de nuestra vida. Sin embargo, pese a que sólo podemos estar en una de las galerías en un instante dado, y siempre avanzando en una dirección (hacia el futuro), el museo tiene infinitas otras paralelas a ésta, a las cuales se puede acceder por unos pasillos laterales que comunican a todas entre sí.

 

Si en lugar de continuar por aquella en la cual nos encontramos, tomamos uno de dichos pasillos y pasamos a otra paralela; allí aparece una secuencia de retratos (o situaciones) distintas. En la galería que abandonamos, por ejemplo, nos esperaba un retrato en el cual sufríamos un accidente, pero al desviarnos y continuar por otra, surge ante la linterna una situación alternativa, correspondiente a ese mismo momento, pero en la cual dicho accidente no se produce. Las encrucijadas vitales en las cuales se comunican dichas galerías paralelas serían los "puntos de elección" de Everett. Si entramos en una, nos encontramos con determinada persona en un parque a las 15:00 hs del 12 de octubre; pero si la hubiéramos abandonado en el pasillo anterior para internarnos en otra a las 14: 55 hs de ese mismo día, dicha persona no habría formado parte de la situación vivida. En una, por ejemplo, montamos en un avión que acabará por estrellarse, pero en otra paralela decidimos no hacerlo o no podemos. Tal vez hemos tenido un sueño premonitorio en el "punto de elección", o recordamos a un adivino o astrólogo que nos había aconsejado no viajar durante ese mes concreto, y decidimos cancelar el viaje en el último momento; o bien porque a pesar de no haber hecho caso a ninguna de estas advertencias nuestro inconsciente captó el porvenir al cual nos dirigíamos y actuó de tal forma que nos hizo llegar cinco minutos tarde y perder el fatídico vuelo, salvándonos la vida mientras maldecíamos o clamábamos al Cielo por nuestra mala suerte.

 

En cada uno de estos casos habríamos pasado a una galería paralela a través de un pasillo comunicante. Toda existencia está repleta de coyunturas como éstas, que "programan" y facilitan cambios de rumbo en los "puntos de elección", la mayor parte de las veces sin que seamos conscientes de ello. Estas hipótesis basadas en la física cuántica permitirían explicar el fenómeno de la profecía o visión del futuro, preservando el libre albedrío humano, o posibilidad de evitarlo o de introducir modificaciones. En cada momento nuestro Universo se dividiría en infinitos mundos paralelos. Cada uno desarrollaría una posibilidad de evolución distinta de dicho momento y la mente determinaría que se concretara una única posibilidad y que todas las otras colapsaran.

 

No obstante, estas teorías presentan un inconveniente: a diferencia de lo que sucede a escala subatómica, nuestro mundo macroscópico no está regido por el azar cuántico, sino por leyes deterministas. Hay, por lo tanto, una diferencia fundamental entre las partículas subatómicas que configuran un objeto cualquiera y éste. El comportamiento de las primeras es "casual" e impredecible, y únicamente admite probabilidades; también podemos decir que configuran un sistema virtual hasta que son observadas. Pero el objeto que componen entre todas ellas es perfectamente predecible y obedece al principio de causalidad; por ejemplo, el objeto que configuran está sujeto a la gravitación universal. De modo que científicamente no sabemos si "elegimos" nuestro futuro ni cómo se produce esa transformación de lo virtual en hechos materiales concretos. Nuestra ciencia no puede afirmar que dicha elección sea ilusoria y estemos predestinados ni tampoco lo contrario.

 

 

Mente y universo

Suponiendo que el modelo cuántico resulta adecuado para describir la naturaleza de lo que llamamos futuro, ¿cómo puede advertirnos la psique para impulsarnos a escoger un camino y no otro? Si la conciencia es la linterna del ejemplo, habría un foco mayor (inconsciente individual) que podría recibir las instrucciones de un "Yo superior", capaz de guiarnos, o incluso de recibir información de un dominio universal de la psique. Esto es lo que sugiere el concepto del “inconsciente colectivo” de Carl Jung. En su "psicología profunda", nuestras mentes equivalen a los continentes e islas de un planeta. La conciencia de cada uno de nosotros es lo que emerge del océano y se encuentra separada por éste de las de nuestros semejantes. Pero a medida que descendemos bajo su superficie descubrimos que existe una plataforma continental (inconsciente individual) bajo el agua. A mayor profundidad, en el fondo, sólo hay una única Tierra: todos somos uno y lo mismo (inconsciente colectivo). A diferencia de nuestro yo consciente individual, el inconsciente colectivo es inmortal e "infinitamente sabio y viejo", según Jung. De hecho, contendría toda la experiencia del Universo. Jung llegó a preguntarse si dicho concepto equivalía a lo que otros llamaban "Dios".

 

Las galerías del museo de la vida son infinitas. Para cada momento de nuestra existencia hay numerosas alternativas que se van multiplicando a medida que avanzamos, iluminando cuadros a través del edificio en sombras. No sabemos qué nos deparaba el camino de la izquierda después de tomar el de la derecha, pero entre todos definen "el laberinto del tiempo". Por cada situación escogida hay diferentes opciones virtuales descartadas.

 

Si existe el libre albedrío humano, la clave del futuro reside en la elección. Para que ésta sea la mejor es necesario estar atento a ese "Yo superior" inconsciente. No sólo porque es capaz de percibir más tiempo (futuro y pasado) que nuestro yo consciente (presente), sino porque está en contacto con esa mente universal para la cual lo que llamamos pasado y futuro son una única figura eterna que carece de secretos.

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