LOS ANIMALES, PARTE IMPORTANTE DEL UNIVERSO

 

Algunos animales son capaces de razonamientos asombrosos, pero tal vez el que más ha impresionado a los científicos fue Alex, un loro gris africano. Sujeto de estudio a lo largo de 30 años por parte de la doctora Irene Pepperberg, echó por tierra la creencia de que los loros son simples imitadores. Cuando Alex se cansaba de los experimentos, le decía a Pepperberg que quería regresar a su jaula, y si notaba que esto molestaba a la doctora, se disculpaba. Cierta tarde mostró una compresión aparente de algo que sólo los humanos y algunos simios logran entender: la noción de cero. Pepperberg tenía una bandeja con pelotas de distintos colores y quería que Alex las contara por color. Le preguntaba. “¿De qué color hay seis?” “¿De qué color hay dos?’”. Un día, aburrido, Alex arrojó las pelotas al suelo, pero en seguida dijo: cinco. No había cinco pelotas de un color específico en la bandeja, así que Pepperberg le preguntó: Muy bien genio ¿de qué color hay cinco?, a lo que Alex respondió: “ninguna”. El loro no sólo había comprendido un concepto matemático abstracto, sino que había manipulado a la doctora para que le hiciera la pregunta y él pudiera demostrárselo. La científica quedó más que impresionada.

 

No es una consideración superflua, como bien lo ha mencionado el científico y escritor norteamericano, Carl Sagan, en su ilustre publicación Un punto azul pálido, que al menos por el momento, nos encontramos solos en el universo (según la realidad científica, pues aún no se conoce algún contacto con seres de otros mundos que haya sido avalado por la ciencia).

 

La tierra es aquel punto azul pálido que acarrea consigo la historia de una miríada de generaciones, acontecimientos y hazañas que tienen un propósito particular soterrado en sus esencias: Que aún estamos aquí en la tierra, que todavía estamos de pie.

 

Pero la tierra, si bien nuestro único hogar en el presente, nos plantea otra consideración más: No hay segundas oportunidades en este universo. Estamos en soledad, abandonados a las consecuencias de nuestras pugnas y proezas, por lo que cada ser vivo resulta un privilegio en sí mismo. No existe una segunda oportunidad para reconciliar el dolor hacia alguien o el trato superior.

 

Cada ser vivo es único en el espacio de oscuridad y luz de estrellas, no hay segundas versiones de nadie, cada quien significa un privilegio en el espacio que ocupa dentro del cosmos.

 

Nuestro trato y modo de comportarnos hacia muchos animales ocasiona, muchas veces, una inclinación por desempeñar roles de amos y siervos. Consideremos por un instante el modo en que Eratóstenes, matemático y astrónomo de Alejandría de origen griego, determinó el tamaño de la tierra alrededor del siglo XII a.C.; Eratóstenes se planteaba medir la longitud y latitud de acuerdo al espectro de las sombras y luz provocadas por el solsticio de verano. ¿Cómo fue que midió las cantidades y arribó a la medida exacta de la tierra, muchos años antes de los primeros viajes de Colón? La respuesta es sencilla: Se lo pidió a un esclavo. Le pidió a un siervo que transitara por diferentes ciudades a fin de obtener las medidas necesarias para esclarecer las interrogantes del diámetro terrestre. Fue la mano de un siervo la que esclareció las interrogantes y dio con las claves de éxito para datos, que años después, las expediciones españolas comprobarían como acertados a través de los viajes para el descubrimiento de América. Esta distinción entre un dominio superior, amo, e inferior subordinado, siervo, es ubicua en toda la historia de la humanidad. Hemos olvidado, desde antes y después de Cristo, al otro.

 

En el presente, las civilizaciones occidentales, aun flageladas por esta distinción entre razas y géneros, también han abandonado las consideraciones de vida de un animal.

 

El término de mascota y el trato que se emplea de acuerdo al mismo, es de una naturaleza denigrante. Golpear, maltratar, ordenar a un animal a realizar algo, no nos convierte en sus dueños ni en sus amos, sino que nos aproxima a las conductas de antaño que el ser humano debió abandonar en las cavernas. Para ponerlo de este modo, no existe comunicación entre seres humanos y animales. Y, de haberla, es escasa y rebosante de tendencias que marcan aquella diferencia entre maestro y subordinado.

 

La era de la información ha alcanzado un apogeo inefable en los últimos años. Si el mundo participa de los privilegios que significan las nuevas tecnologías, ¿por qué motivos no pueden hacerlo todas las especies de seres vivos sin exclusión? Esta parece ser la noción determinante para Peter Gabriel, un músico británico que, unido a un gran grupo de pensadores con sensibilidades análogas, pretende lanzar un proyecto que involucre la participación de los animales con el Internet. El proyecto procura la búsqueda de nuevas interfaces de audición y visión que faciliten la comunicación entre especies y los torrentes interminables de información y, por ello, con nosotros las personas. Ello significaría un primer paso hacia la ruptura, tan imperativa como es, de esta distinción denigrante entre amo y mascota. Los aliados de este proyecto son el científico Vint Cerf, el profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) Neil Gershenfeld y la profesora de psicología e investigadora de delfines, Diana Reiss.

 

El proyecto, si bien en una etapa aún incipiente, ha producido resultados como una pantalla táctil de funcionamiento para delfines. En ella, estos animales pueden tocar las teclas con la punta de sus proyectadas narices, y elegir distintas opciones de información. Lo que se debe laborar, para determinar el éxito del proyecto, son las etapas conceptuales y de identificación que poseen las mentes de las diferentes especies, y adecuar la tecnología a las demandas y funcionamiento de las mismas. Los procesos de asimilación fluctúan entre animales, como del mismo modo varían entre nosotros los seres humanos; pero acaso una realidad abordada con derechos similares de acceso informativo pueda procurar un paso más hacia el fortalecimiento del gran principio de la humanidad y, como consecuencia, de todas las especies que habitan el planeta: Todos somos iguales. Lo cierto es que en el presente aún no lo somos todos pero, si consideramos las propuestas de Sagan explicadas al inicio, podemos reconocer la importancia subyacente en el trato con el otro.

 

Los animales son, pues, un componente imperativo en nuestra relación total con la naturaleza y con nosotros mismos. ¿Quién no ha sentido la inocencia e ingenuidad de las que el mundo nos ha desamparado, en los ojos de un animal doméstico?

 

Un perro, un gato, un loro, entre otros, son seres que se encuentran intrínsecamente vinculados con nosotros y que, consecuentemente, poseen las facultades de recordarnos la importancia del cariño, el afecto y la lealtad en nuestras relaciones diarias. La mayoría hemos sido testigos, ya sea por las noticias de los diarios o de la televisión, de hechos heroicos y de fidelidad absoluta de parte de un animal doméstico, y a veces incluso de uno salvaje, que por un momento dejó de lado su fiereza y salvó la vida de un niño. Nuestra naturaleza también puede moldearse a partir de nuestro trato con los animales, de nuestro amor hacia ellos y, en gran medida, puede contribuir a facilitar una existencia de bien.

 

En el ámbito salvaje, también encontramos una contribución y enorme desempeño animal para la naturaleza. El proceso evolutivo se fundamenta exclusivamente en el consumo que tienen ciertas especies de los deshechos de la tierra, y en el modo en que las sustancias necesarias regresan nuevamente a la tierra misma a través de los residuos de animales que han consumido a las primeras especies.

 

En un complejo desarrollo de la vida y del mundo, los animales participan del mismo modo que nosotros; no son seres exclusivos a un hábitat, son, por el contrario, inclusivos en la historia y en el procedimiento de creación de nuestro planeta.

 

Consideren, por un momento, que la tierra es todo lo que existe y que no hay más. En palabras de P.J. O’Rourke, existe un solo derecho universal: El derecho de hacer lo que queramos cuando queramos y como queramos. A este derecho se le suma el único deber universal: El deber de asumir las consecuencias que aquel derecho significa.

 

Estamos en el proceso de reconocer estas consecuencias, grandes como son, pero aún hay oportunidades para avanzar. Quizá el bien no sea algo que se encuentra ni se alcanza, es algo a lo que se aspira y se busca, y los invitamos a seguir buscando hasta que llegue el día que abandonemos este planeta y sigamos aspirando al bien acaso en otro planeta, en otra galaxia, en otro punto azul entre luces de estrellas.

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