CÓMO Y POR QUÉ SE PRODUCEN LOS ATAQUES CARDÍACOS

 

 

 

La mera interrupción del suministro de oxígeno al corazón puede no ser suficiente para destruirlo. El corazón es uno de los órganos más innovadores y resistentes del cuerpo y para acabar con él hay que someterlo a un abuso excesivo.

 

Cuando las membranas basales de los vasos capilares y las arterias ya no pueden garantizar un aporte suficiente de oxígeno, azúcar e insulina a las células de los músculos cardiacos, su capacidad para contraerse y bombear sangre se reduce mucho. Para seguir funcionando con menos oxígeno, las células del corazón empiezan a fermentar glucosa a fin de producir energía, pero este proceso (anaerobio) genera ácido láctico, que, acto seguido, acidifica los tejidos musculares.

 

Para seguir bombeando, el corazón recurre a otro instrumento de emergencia a fin de obtener energía: moviliza y descompone las grasas. Sin embargo, si no puede utilizar oxígeno en este proceso, esas grasas se convierten en ácidos dañinos que destruyen las células. Entonces se utilizan proteínas para generar energía, pero los subproductos de este proceso son ácidos grasos nocivos. Cuando el engrosamiento de los tejidos conectivos, la linfa y los vasos capilares del corazón empieza a obstruir la eliminación normal de los residuos del metabolismo, los músculos cardiacos se saturan de materiales ácidos dañinos. Esto puede generar un intenso dolor en el corazón.

 

Cuando el ácido úrico, un producto de desecho derivado de la descomposición de células gastadas, se acumula en los tejidos conectivos, aparece la gota. Se trata de una patología dolorosa, similar a la artritis. La congestión de los tejidos conectivos causa la deshidratación de las células musculares, que hace que un grupo de células llamadas mastoideas segreguen la hormona histamina, una importante hormona reguladora del agua en el organismo. Cuando la histamina pasa sobre los nervios sensibles de los tejidos musculares, provoca un intenso dolor en los músculos. Si esta forma de reumatismo muscular se produce en el corazón, se denomina «angi-na de pecho». Tanto la acumulación de ácido (gota) como la falta de oxígeno provocan la muerte de células cardiacas.

 

Los ataques cardiacos pueden producirse por diversas razones:

 

· Los tejidos conectivos que rodean las células cardiacas pueden congestionarse hasta tal punto que las células cardiacas simplemente mueren sin dolor por ahogo.

 

· Puede producirse un ataque de angina de pecho, que revela que la acidificación y la falta de oxigenación han destruido los músculos del corazón.

 

· Las membranas basales de los vasos capilares y las arterias están bloqueadas y ya no pueden suministrar más oxígeno al corazón. Entonces se produce un infarto de miocardio en la zona en que se ha superado en primer lugar la capacidad de almacenamiento de proteína.

 

· Un coágulo de sangre se desprende de un vaso sanguíneo congestionado y lesionado, entra en el corazón y bloquea el aporte de oxígeno. Lo mismo ocurre en el caso de un ataque apopléjico.

 

 

PREVENCIÓN

Para hacer frente a la epidemia de cardiopatía, que se propaga como un incendio descontrolado en la mayoría de países industrializados y ahora también en países en vías de desarrollo, hemos de recurrir sobre todo a estrategias preventivas. Sin embargo, este tipo de planteamiento apenas cuesta nada y, por tanto, no rinde ningún beneficio económico para los encargados de la atención sanitaria.

 

Entre las medidas preventivas hay que incluir la reducción de la ingesta de proteína, el ejercicio regular, la buena costumbre de acostarse temprano, observar un horario regular para las comidas y tomar una dieta equilibrada, así como la necesidad de beber agua suficiente, evitar todo tipo de comida chatarra, dejar de fumar, reducir el consumo de alcohol, erradicar los focos de estrés, etc.

 

 

INDICIOS DE RIESGO DE ATAQUE CARDÍACO

La mayoría de enfermedades vasculares relacionadas con la alimentación, como los ataques cardiacos, derrames cerebrales, reumatismo y angina de pecho, no son principalmente trastornos del metabolismo del azúcar y la grasa, sino dolencias derivadas de la acumulación de proteínas. Ingerir demasiados alimentos proteínicos se considera uno de los principales factores de riesgo de desarrollar cualquier tipo de enfermedad, especialmente cardiopatía, cáncer, diabetes y artritis reumatoide. El engrosamiento de las membranas basales de los vasos sanguíneos y los tejidos conectivos causado por el almacenamiento de proteína afecta a todas las células del organismo. Siempre y dondequiera que se produzca esta clase de congestión en el cuerpo, el resultado será un envejecimiento prematuro de células y órganos. Por otro lado, si las paredes de los vasos capilares conservan su porosidad, flexibilidad y delgadez original, la alimentación de las células y la vitalidad de los órganos se mantendrán durante toda la vida, independientemente de la edad.

 

La grasa y el colesterol no son los factores causantes primarios de la obstrucción de las paredes vasculares y, por tanto, no pueden considerarse la causa principal de la enfermedad coronaria ni de cualquier otra enfermedad del cuerpo.

 

Por otro lado, el almacenamiento de proteína en las paredes de los vasos sanguíneos, es el factor común en todos los pacientes que sufren arteriosclerosis alimentaria (es decir, causada por la alimentación).

 

Puesto que la mayoría de las personas de los países industrializados han estado consumiendo cantidades excesivas de proteínas durante mucho tiempo, concretamente desde la Segunda Guerra Mundial, la enfermedad coronaria se ha convertido en la primera causa de mortalidad en el mundo desarrollado. Como se verá posteriormente, la mayoría de los principales elementos de riesgo de ataque cardíaco están relacionados directa o indirectamente con un elevado consumo de proteína y con los depósitos de proteína en las paredes de los vasos sanguíneos. Éstos son los indicios de que existen dichos elementos de riesgo:

 

 

 

1. El espesamiento de la sangre indicado por el hematocrito.

El hematocrito es el volumen de los glóbulos rojos contenidos en un litro de sangre y puede medirse mediante un simple y económico análisis de sangre. Si es superior al 42%, el riesgo de ataque cardíaco aumenta. Una persona sana tiene un hema-tocrito del 35 al 40%. La investigación ha demostrado que el riesgo de sufrir un ataque cardíaco se duplica cuando el hematocrito pasa del 42 al 49%. En pocas palabras: cuanto mayor sea el hematocrito, tanto mayor será el riesgo de padecer un infarto de miocardio.

 

Cabe preguntarse por qué aumenta el volumen de los glóbulos rojos por encima del 40%. Cuando se engrosan las membranas basales y los tejidos intercelulares debido al almacenamiento de proteína sobrante, el flujo sanguíneo se desacelera y finalmente queda obstruido. Esto hace que aumente de forma «natural» la concentración de todas las materias contenidas en la sangre, incluidas las proteínas, las grasas y el azúcar. El espesamiento de la sangre comporta un grave riesgo que afecta a todas las partes del organismo. Para hacer frente a la concentración peligrosamente elevada de proteína en la sangre, el páncreas segrega cantidades adicionales de insulina, pero al hacerlo, la insulina puede lesionar y debilitar todavía más las paredes vasculares.

 

Un hematocrito más alto, que indica un mayor espesamiento de la sangre y una mayor concentración de hemoglobina en los glóbulos rojos reduce la circulación sanguínea. El rostro y el pecho hinchados y enrojecidos son los típicos indicios de un volumen anormalmente grande de la sangre y de una circulación más lenta en el paciente adulto hipertenso y diabético. Los tejidos celulares empiezan a deshidratarse a medida que la distribución de agua se hace cada vez más difícil. Entonces aumentan el ritmo y la fuerza de contracción del músculo cardíaco (miocardio) para ayudar a mantener el caudal de sangre frente al aumento sostenido de la congestión en todo el sistema circulatorio. Finalmente, el corazón es incapaz de mantener este esfuerzo extenuante y deja de latir.

 

2. La ingesta excesiva de proteínas de origen animal. La mayoría de pacientes de ataque cardíaco confirman que han ingerido grandes cantidades de proteínas de origen animal, concretamente carne roja, pollo, pescado, huevos o queso durante toda la vida o por lo menos durante muchos años. En cambio, entre los vegetarianos que toman una dieta equilibrada a base de vegetales prácticamente no se producen ataques de corazón.

 

La mayoría de las personas sabe que comer cierto tipo de grasa es perjudicial para el corazón y otros órganos del cuerpo. Unos investigadores de la Universidad de Alberta han descubierto que las grasas trans también pueden desbaratar el sistema eléctrico del corazón, potenciando la gravedad de los ataques de corazón e incrementando el riesgo de muerte. Han observado que estas grasas no naturales también afectan a las células del corazón, dando pie a una acumulación excesiva de calcio en el interior de las células y trastornando el ritmo de los impulsos eléctricos en el corazón.

 

3. El hábito de fumar. El riesgo de contraer una enfermedad cardiovascular aumenta mucho en las personas que fuman. Esto, sin embargo, no se debe tanto a la neurotoxina nicotina, que se descompone totalmente al cabo de unas horas después de fumar, sino que viene provocado más bien por el monóxido de carbono (CO) que contiene el humo del cigarrillo.

 

4. Predisposición constitucional (genética) a digerir mal las proteínas. Las personas cuya constitución no requiere el aporte de proteínas adicionales con la alimentación para estar sanas carecen de un sistema digestivo eficaz para descomponer las proteínas de origen animal. Puesto que el tipo corporal o constitución de cada uno es, en la mayoría de los casos hereditario, esta «ineficacia» genéticamente determinada pasa de padres a hijos. Quienes tienen antecedentes familiares de ataques cardiacos parecen estar en situación de riesgo debido a posibles factores hereditarios, pero la influencia de la genética en la enfermedad cardiovascular es puramente marginal, si es que existe. La relación primaria radica en que los miembros de una familia comparten una dieta, un estilo de vida y un tipo corporal similares y es muy posible que tengan el mismo sistema enzimático «ineficaz» para destruir las proteínas sobrantes que no utilizan.

 

5. Las mujeres durante y después de la menopausia. Las mujeres que consumen grandes cantidades de alimentos proteínicos y/o fuman están en riesgo cuando sus ciclos menstruales se tornan irregulares o desaparecen. La descarga regular de sangre menstrual protege a una mujer (antes de la menopausia) de la acumulación de cantidades peligrosas de proteínas en el organismo mientras funcione de forma normal el aparato reproductor. De hecho, los ataques de corazón en mujeres que tienen la regla son extremadamente raros.

 

Cuando la mujer deja de tener los ciclos menstruales, si continúa ingiriendo proteínas animales, experimentará un aumento constante del nivel de concentración de proteína en sangre. Cuando tenga unos 50 años de edad, el riesgo sufrir un infarto de miocardio será casi el mismo que en un hombre de la misma edad.

 

Los sofocos y el enrojecimiento de la cara que experimentan muchas mujeres durante la menopausia son a menudo signos de un aumento de los niveles en sangre. Indican que el cuerpo ha acumulado cantidades excesivas de proteínas que ya no puede expulsar con la sangre menstrual. Recientemente se ha observado que una dieta consistente en grandes cantidades de productos lácteos acelera la formación de depósitos arterioscleróticos en el cuerpo de la mujer y también causa osteoporosis.

 

6. Antibióticos y otros fármacos sintéticos. Cada día está más claro que los medicamentos destinados a erradicar cualquier síntoma de una enfermedad merman la salud del corazón. Cada vez que el cuerpo trata de eliminar las toxinas y los residuos acumulados en un resfriado, una infección vírica o cualquier otro proceso patológico que incluye una inflamación, el corazón tiene que asumir la difícil tarea de expulsar los materiales residuales nocivos liberados por los tejidos. Con cada nuevo intento de suprimir el dolor, la infección, el colesterol, etc., cada vez son menos los residuos que consigue expulsar del cuerpo. Una parte de los mismos acaban congestionando los conductos linfáticos encargados de drenar los residuos del metabolismo de los músculos cardiacos. Los antibióticos son uno de los principales culpables de este debilitamiento del corazón.

 

Durante muchos años se han recetado antibióticos muy a la ligera, a menudo para infecciones como un simple resfriado o una gripe, en las que no tienen efecto alguno. Se sabe que los antibióticos no matan a los virus, sino únicamente a las bacterias. Un estudio demuestra que la eritromicina, un antibiótico de uso común, que se emplea desde la década de 1950, puede inducir realmente un paro cardíaco.

 

El informe, publicado en el New England Journal of Medicine en octubre de 2004, se basa en el historial médico de más de 4.400 pacientes de Medicaid durante un promedio de 15 años por paciente. Unos 1.475 sujetos sufrieron un paro cardíaco durante el período del estudio. Al analizar en detalle la medicación administrada a cada sujeto, los investigadores llegaron a los siguientes resultados:

 

· La tasa de muerte súbita por causas cardiacas fue dos veces superior entre los pacientes que tomaban eritromicina que los sujetos que no recibían este antibiótico.

 

· Dos medicamentos para la tensión arterial, comercializados en forma de genéricos llamados verapamil y diltiazem, fueron asociados a un riesgo adicional de paro cardíaco si se tomaban junto con la eritromicina.

 

· Otros fármacos asociados a un mayor riesgo de ataque cardíaco si se toman con eritromicina son, por ejemplo, el antibiótico claritromicina, el medicamento fluconazol contra infecciones vaginales por hongos y dos remedios antifúngicos, itraconazol y ketoconazol.

 

El hecho de que nuestro médico nos recete un medicamento no significa que sea seguro para nosotros. Se han llevado a cabo muy pocos ensayos sobre interacciones con otros medicamentos o con los alimentos comunes. Las recetas de fármacos pueden ser una ruleta rusa que nos puede tocar cuando entramos en la consulta del médico. La conclusión es que todos los fármacos contienen venenos que tienen efectos adversos para nuestra salud. El corazón paga el precio definitivo de estos «atajos» a la salud que se nos ofrecen continuamente y son objeto de tanta alabanza: «atajando» la vida de golpe.

 

Lo que cabe preguntarse ante todo es cómo va a confiar alguien su vida a unos fabricantes de medicamentos cuyo único propósito es mantener en marcha el negocio de la enfermedad asegurando que sus productos causen más problemas para la salud que los que resuelven. En la mayoría de los casos, el hecho de recetar medica-mentos que pretenden aliviar los síntomas de una enfermedad no solo es un enfoque peligroso, sino también acientífico e inmoral.

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