ANCIANA VENEZOLANA NOS DA UNA LECCIÓN DE VIDA

 

Alicia Álamo Bartolomé, actriz de la obra "Hay que deshacer la casa", a sus 94 años describe su cuarentena en Caracas:

 

«Nos toca a los ancianos comunicar serenidad a quienes nos ven gozar del crepúsculo de nuestra vida»

 

Soy una anciana caraqueña de 94 años y 5 meses, para ser exactos. Físicamente estoy hecha un asco, pero conservo vigencia intelectual, por el momento. Estoy en cuarentena desde antes de ser decretada en mi país, en marzo pasado. Llevo casi un año sin vehículo particular, dado que el pobre no superó la última reparación. Venezuela, gracias el socialismo del siglo XXI, en el poder desde hace más de 20 años, carece, no solo de lo básico para la existencia, sino de lo menos básico pero necesario, como los repuestos para vehículos. Tampoco es posible comprarlos, dados los precios astronómicos. Hoy ni siquiera encuentras gasolina, ¡Dios, en el país del petróleo!

 

En este panorama, mi cuarentena transcurre plácida y felizmente. Aunque de siete hermanos que éramos, solo me queda una de 90 años que vive en Estados Unidos y yo soy soltera y sin hijos, no estoy sola. Además de contar con queridos sobrinos que no viven conmigo pero se encargan de mis asuntos, tengo atención doméstica y casa propia con una terraza desde donde contemplo, mañana y tarde, si el tiempo lo permite, el tótem de mi ciudad: la majestuosa y cambiante montaña del Ávila.

 

Mis días transcurren entre la contemplación de la naturaleza, de las maravillas de Dios, por ende, en oración;  la televisión y el trabajo de escribir en mi ordenador. Sí, de mente estoy lúcida. Afortunadamente, en estas condiciones, puedo escribir cinco artículos mensuales para tres publicaciones, por supuesto en digital. No hay papel y ha desaparecido la prensa impresa que no era afecta al régimen. Están suspendidas dos de mis actividades incompatibles con la cuarentena: mi cátedra semanal para adultos, "Momentos estelares del teatro universal", en la Universidad Monteávila, de la cual soy miembro fundador, y un curso de divulgación cultural los miércoles en mi casa, con diferentes profesores y materias, del cual soy coordinadora y anfitriona. Es verdad que Dios me ha dado mucho, no sé por qué, mientras a otros no.

 

Alguien me dijo un día que yo era feliz porque había ambicionado poco, nunca pedí a la vida lo que no podía alcanzar. Tal vez. En todo caso, tengo algo que decir para quienes están en soledad, sienten el peso de ésta, del encierro, tristeza y desaliento. Si eres religioso, mira y escucha hacia adentro, en las profundidades de tu espíritu está Dios esperándote y él habla en el silencio.

 

No está demás lo que digo a los no creyentes, te hará bien: mira hacia afuera, alguna claraboya debe haber en tu prisión. En primer lugar, la luz del día, el cielo cambiante entre azul  y nubes, aurora, mediodía y ocaso, ¡colores! La rama de un árbol. Noche, quizás estrellas. Sonidos: ruido de la ciudad, amainados según las horas y más por la confinación en nuestras casas; pájaros, voces de niños. Si no tienes cómo ver hacia fuera, cierra los ojos, imagina, deja volar tu fantasía y… ¡sueña!

 

Vive en oxímoron, según los decires de San Juan de la Cruz, la música callada…, la soledad sonora.

 

No te dejes aherrojar por las circunstancias. Cuando aprendemos a vivir en contemplación de lo que nos rodea, no hay aburrimiento ni desesperación. La naturaleza y las obras del hombre nos abren un abanico de posibilidades, de caminos hacia la belleza, la armonía y la paz.

 

Lamentablemente, mis contemporáneos tienden a fastidiar a quienes se ocupan de ellos, a hacerse cargantes a esas personas jóvenes que por lazos familiares, o de otra índole, son sus responsables. No les aumentes sus problemas -acuérdate que tienen su propia vida- con quejas, caprichos y manías. Si antes obedeciste a los mayores, ahora, como añejo, te toca obedecer a los menores. Sométete. Evita molestar más, por no molestar, con una rotura de huesos al no pedir ni consentir ayuda.  Olvídate, ya no te puedes valer por ti mismo y déjate de lloriqueos, que vas a espantar a quienes se te acerquen.

 

En esta hora de suspenso mundial, cuando no sabemos si estamos a las puertas de un apocalipsis o de un renacimiento, nos toca a los ancianos comunicar serenidad a quienes nos ven gozar del crepúsculo de nuestra vida, cuando aparece en el cielo la gama brillante de los colores del fuego, momento intenso y fugaz, la vida se nos va, pero dejemos una impronta de sosiego y amor.

 

 

 

 

Nota editorial: Este artículo ha sido tomado del Diario ABC de España.

 

* Alicia Álamo Bartolomé vive en Caracas, Venezuela.

 

22/09/2020

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