CUANDO LOS HIJOS CUIDAN A SUS PADRES

 

 

La vejez de los padres

El envejecimiento está asociado a dos procesos que van a superponerse: la degeneración progresiva de las células y la pérdida de la capacidad regenerativa. Ambas ocurren en todas las etapas de la vida y permanecen en perfecto equilibrio bajo condiciones normales (no patológicas).

 

La integridad funcional de tejidos y órganos se preserva gracias a los mecanismos de reparación celular que reemplazan las células dañadas. Sin embargo, en el envejecimiento este balance se inclina hacia la degeneración.

 

El factor biológico influye directamente en este detrimento. Por otro lado, existen factores ambientales y comportamentales que pueden acelerar en el proceso de degradación (fumar, exposición a excesiva a la luz UV, dietas desequilibradas).

 

Si bien las características del envejecimiento varían de una persona a otra, se pueden definir ciertas generalidades:

 

* Pérdida progresiva de la capacidad visual.

* Pérdida de elasticidad muscular.

* Pérdida de la agilidad y capacidad de acción refleja.

* Degeneración de estructuras óseas.

* Aparición de demencias y deterioro de capacidades cognitivas.

* Pérdida de la capacidad de asociación de ideas.

* Pérdida progresiva de la fuerza muscular y la vitalidad.

* Aumento de la presión arterial.

* Debilitamiento del sistema inmune.

* Disminución del colágeno en la piel y aparición de arrugas.

* Pérdida progresiva del sentido del gusto y la audición.

* Pérdida progresiva de la libido (menopausia en la mujer y espermatogénesis en el hombre).

* Alteración del sueño.

 

Hijos en acción

Llega un momento en el que los padres ya no tienen la fuerza para cuidarse por ellos mismos, están vulnerables y necesitados de mucho afecto. El deber de los hijos es retribuir el cuidado que recibieron cuando fueron pequeños; pero esto no siempre es sencillo, ya que muchos de los ancianos progenitores no admitirán que necesitan este apoyo.

 

La sociedad actual no camina, corre, y es precisamente en esta acelerada marcha que los hijos se ven aprisionados y casi obligados a desplazar a sus padres cuando se vuelven “inútiles” y constituyen más bien una suerte de “carga”. Las características mencionadas sumadas a las carencias socioeconómicas que pueda padecer el anciano o anciana en cuestión los someten al abandono y la exclusión social para dar paso a nuevas generaciones más “productivas”. Incluso cuando en otras culturas el anciano es visto como fuente de sabiduría y se le da un trato privilegiado, en nuestra sociedad occidental son más bien colocados al final de la lista de prioridades. En ocasiones esto ocurre, lastimosamente, por decisión de sus seres más queridos: sus propios hijos.

 

El ser hijos responsables de los padres no significa solamente ayudarles a solucionar sus problemas. También es necesario ser sus maestros o tutores tardíos, exigirles el cumplimiento de sus compromisos y marcarles objetivos.

 

No es fácil tomar el riesgo de decirles a los padres que tienen que cambiar de estilo de vida en conceptos como el dinero, la salud, relaciones familiares, relaciones sociales o malas costumbres. Por tal motivo, los hijos tienen que estar muy bien asesorados, entrenados y educados en esta área. Además, deben ser muy delicados en la forma de decírselo, tienen que derrochar paciencia, compresión, madurez, cariño y dar un ejemplo edificante con su forma de vida. Además, puede incluir sacrificios ya que cada hijo tiene, en un buen número de casos, su propia familia, que demandarán también tiempo y dedicación.

 

Es muy importante que la responsabilidad no caiga sobre un solo hijo (en el caso de que sean dos o más hermanos). Es saludable que las tareas sean compartidas, que haya un responsable para cada cosa. Por ejemplo, a uno le toca llevarlos al doctor, el otro tendrá que comprarles las medicinas, otro verá el tema de los víveres. Si el encargado es un solo hijo, puede solicitar el apoyo de su propia familia o buscar ayuda calificada que alivie un poco la carga de las responsabilidades.

 

¡Precaución!

Si toda la responsabilidad del cuidado recae en una sola persona, estará expuesta a lo que se conoce como síndrome burnout (quemado). Si bien está más relacionado a profesiones asistenciales, se aplica también a la situación del presente artículo, ya que se producirá un tipo de estrés que consiste en un estado de agotamiento físico, emocional o mental que impacta la autoestima. Paulatinamente las personas pierden interés en sus tareas, el sentido de la responsabilidad se debilita y pueden hundirse en profundas depresiones. Esta situación se manifestará de las siguientes maneras:

 

1. Agotamiento emocional: desgaste que lleva a un cansancio psíquico y fisiológico. Produce fatiga y pérdida de energía.

 

2. Despersonalización: se desarrollan actitudes negativas en relación con la persona que recibe el cuidado; se incrementa la irritabilidad y se pierde la motivación. Se puede generar hasta la deshumanización en el trato con los padres.

 

3. Falta de realización personal: disminución de la autoestima, frustración de las expectativas y manifestaciones de estrés a nivel fisiológico, cognitivo y comportamental.

 

Como podemos observar, que toda la responsabilidad recaiga sobre una sola persona puede traer consecuencias muy graves que afectarán directamente a quienes pretenden cuidar. Se recomienda mantener una comunicación permanente entre los miembros de la familia y desarrollar una organización eficaz. De esta manera, se reducirá considerablemente el riesgo de un exceso de responsabilidades.

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