EL DÍA QUE SANTA CLAUS DESAPARECIÓ EN SU TRINEO

 

¿Acaso la firme convicción de que tal cosa es así, la hace así? Él contestó: “Todos los poetas lo creen, y en épocas de imaginación, ésta firme convicción movió montañas. Mas son muchos los incapaces de una firme convicción en algo.

 

William Blake,

El matrimonio del Cielo y el Infierno

 

Alrededor del mundo suceden muchos acontecimientos que pueden, fácilmente, ser asociados con los poderes de la magia. En las situaciones que se presentarán, la palabra magia puede relacionarse intrínsecamente con imaginación. El evento universal y unánime en los niños de cuatro a ocho años es la espera por capturar la imagen de sus sueños e ilusiones, donde un hombre de edad, corpulento, vestido con un amplio abrigo de fuerte color rojo, cinturón y botas oscuras, y a bordo de un trineo guiado por los cielos de la noche, gracias a un grupo de venados navideños, ingresa a sus hogares para abastecerlos de regalos. Santa Claus o Papá Noel, recorre el mundo en la tarea imperecedera por trasladar el anhelo de los sueños íntimos en una realidad que ilumine por un momento nuestra imaginación y nos permita creer que, en el mundo, aún difícil como es, todavía existen momentos breves de magia. Para la mayoría de nosotros, la leyenda navideña fue un sueño que nos acompañó gran parte de la niñez y nos inclinó a reconocer la bondad en nuestras familias.

 

Resulta interesante, pues, que a partir de cierta edad, los niños consideren que abandonar la noción de un mundo afable, rebosante de magia, sea lo más adecuado para proceder con la etapa de madurez. ¿Qué significa madurez para la sociedad contemporánea? ¿Por qué hemos perdido la inclinación por la imaginación y esta magia que nos llenó de júbilo por tanto tiempo? Cuando se preguntó a un grupo de niños por qué habían abandonado las creencias que tuvieron alguna vez hacia Papá Noel, la respuesta, en su mayoría, fue que habían crecido y madurado. ¿Es realmente motivo del crecimiento, abandonar las ilusiones y los sueños? Desde un punto de consideración es necesario crecer y formarse para la actual sociedad competitiva y veloz que se desarrolla a diario ante nosotros, y la cual ha tomado la decisión de obviar nuestros deseos y anhelos. Pero existe un factor profundamente arraigado a nuestra conducta, la de nuestros pensamientos, ideas e ilusiones.

 

Imaginemos la vida de una persona que piensa de esta manera: “Cuando tenía ocho años pensaba en la realidad de Santa Claus, ahora no lo hago más. Tengo diecisiete años y prefiero no hacerme ilusiones de que podré satisfacer mis deseos profesionales. Esto es porque descubrí que la vida misma está asfixiada de contrariedades y complicaciones que han suprimido mi felicidad. Abandoné entonces, antes de empezar, los sueños de laborar en lo que más anhelaba. Ahora tengo treinta años, y prefiero no conservar las ilusiones de que mi matrimonio es una forma de encontrar la alegría que se perdió tiempo atrás. De este modo, antes de haberme comprometido enteramente, conozco la verdad de la infelicidad de mi pareja. Y todo esto sucedió antes de haberme involucrado en las vivencias que he preferido considerar de infructuosas. Así decidí que un mundo de ilusiones es un mundo ridículo que no me prepara para la realidad. Me encuentro en medio de un hábito. Un hábito que empezó tiempo atrás, cuando perdí los sueños de una creencia navideña, y quizá mucho antes haya olvidado la felicidad que me causó creer en un personaje animado, y después ese evento me condujo a perder la esperanza en mi vida como estudiante, como profesional, como ser humano en el mundo”.

 

Hemos olvidado que las cosas pequeñas son siempre las más grandes. Nos atemoriza el fracaso. Y esta afirmación es cierta, dado que si no creo en mi vida profesional ni en mi matrimonio, ni en Santa Claus, entonces eludo la posibilidad de descubrir la verdad y de entristecerme.

 

Si queremos prepararnos para el mundo real, debemos involucrar nuestros sueños en él, y en lugar de aceptar que fueron una simple ilusión, es nuestra labor enfrentarnos a los acontecimientos y los problemas para que todo aquello en lo que creemos pueda cristalizarse; de lo contrario, nuestras vidas se tornarán en un hábito en el que aceptamos la derrota mucho antes de ingresar al campo de juego; porque defender lo que deseamos, y vivir de ello con entusiasmo es una forma de crecer. Esta es una manera de fluir, sin importar lo que veamos afuera.

 

Si los padres abandonan la consagración por los sueños de sus hijos e ignoran y, al ignorar donde reside su felicidad, los preparan para asumir derrotas y para residir en el terreno de la justificación. Ser padre es una fabulosa oportunidad para involucrarse nuevamente con la infancia y retornar a los sueños que acaso se han desvanecido. Existen incontables posibilidades de rehacer nuestras vidas, de reinventarnos, desde que empezamos el día y tomamos la decisión de peinarnos para salir y afrontar al mundo, hasta conservar las fantasías intactas.

 

Muchas veces se ha dicho que hay una edad para creer en historias de héroes y villanos, de viajes y criaturas. Es cierto, hay una edad para hacerlo. No creeremos en brujas y vaqueros para siempre. En lo que sí podemos creer, sin embargo, es en el poder de la imaginación, de la ilusión y de la esperanza, porque ¿quién puede predecir si un día al asomarnos por nuestra ventana con nuestros hijos, en efecto, un hombre corpulento ría en el silencio de la noche mientras conduce su trineo de vuelta al Polo Norte?

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