EL RÍO DE LA VIDA (Parte I)

 

 

Todo el mundo ha contemplado un río, pero pocos son los que han reflexionado sobre la correspondencia que hay entre el río y nuestra exis-tencia. La sola imagen de un río puede bastar para encontrar la solución a todos nuestros problemas. Sí, pero para ello hay que ser capaz de observar todas las manifestaciones de la naturaleza uniéndolas, vivificándolas y considerándolas como un sistema organizado en el que todos los detalles tienen su significado.

 

El río es un símbolo de la vida. Nace en las montañas, y su manantial se halla siempre en las alturas. El río une la montaña con el mar, con un océano o con un lago, une lo que se encuentra más alto con lo que está abajo. Es el intermediario entre las montañas y los mares. Donde fluye un río, encontramos una cultura aposentada, porque los ríos hacen circular la vida. Allá donde el agua fluye, circula la vida. Si estudian la historia, constatarán que en todas partes donde han fluido grandes ríos, han florecido también grandes civilizaciones. Por el contrario, allí donde los ríos se secan, las civilizaciones desparecen.

 

Si interpretamos esta imagen del río, verán cuantas cosas podemos descubrir. El río tiene su fuente en la montaña y después desciende al llano. Cuando la fuente nace, su agua es todavía pura y cristalina, pero poco a poco, al descender, cruza varias regiones, y como los habitantes de estas regiones no son muy escrupulosos, tienen por costumbre tirar todos los desechos al río sin pensar en los habitantes de las regiones inferiores, y estos se verán obligados a beber un agua contaminada. Por lo demás, estos hacen lo mismo. Por ello, cuando el agua llega al llano, incluso podemos morirnos si la bebemos.

 

¿Qué representa un río? Es uno de los símbolos más profundos. Es el río cósmico mencionado en el Apocalipsis, el río de la vida que da de beber a todos los seres. Este río desciende hasta nosotros a través de todas las jerarquías angélicas - los Serafines, los Querubines, los Tronos, las Dominaciones, los Potestades, las Virtudes, los Principados, los Arcángeles, los Ángeles -, y cada una de ellas le aporta sus cualidades y sus virtudes. El río atraviesa la región de las almas gloriosas, de los profe-tas, de los grandes Maestros; de los Iniciados, de todos aquellos que han alcanzado la sabiduría, la pureza, la santidad, nutriéndoles, dándoles de beber y vivificándolos. Pero cuando el río desciende hasta las regiones de los hombres vulgares, le ocurre lo mismo que al río que desciende de la montaña, al cual no cesan de tirar desechos.

 

Desde la fuente hasta el mar, el río representa una jerarquía, y esta jerarquía podemos ser nosotros mismos, desde la cima, nuestro Yo divino, hasta los pianos inferiores: los cuerpos mental, astral y físico. Los seres humanos, a través de sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos, sin saberlo, no cesan de proyectar suciedades en este río que es la vida, con lo cual se ven obligados a absorber los desechos unos de otros. La imagen del mundo es la de un río contaminado, en donde todos echan sus rencores, sus maldades, su cólera.

 

Al igual que el agua, la vida se colorea, se contamina o se purifica según las regiones por las que pasa. Pero ya sea pura o contaminada, la vida es siempre vida. Pero posee sus grados, y según las regiones por las que pasa y los seres que las habitan, adquiere tal o cual propiedad. No todo el mundo recibe la misma vida del río. A menudo se oye decir a la gente: “¿Qué quieres? ¡No se puede hacer nada, es la vida!” Si, claro, es la vida, pero, ¿a qué vida se refieren? ¿A la vida del sapo, del jabalí, del cocodrilo? ... ¿O a la vida de los ángeles?

 

Esta vida que proviene de Dios tiene diferentes grados, y desciende hasta las regiones subterráneas para alimentar a los seres inferiores. Si, alimenta incluso a los diablos, de lo contrario, ¿de dónde creen que habrían recibido la vida? De no haber sido así, hubiera sido necesario que otro Dios creara otra vida, es decir, que hubiera un rival de Dios tan poderoso o incluso más poderoso que Él. Solo hay un Dios, el cual alimenta incluso a los diablos. Aunque los diablos no reciben el alimento más puro, deben conformarse con lo que queda, y lo que queda está sucio, contaminado, viciado. Es el destino de todos los seres subterráneos: deben conformarse con roer algunos de los residuos que rechaza la vida divina.

 

Para comprender todo esto, basta con ver lo que ocurre en la tierra con los vagabundos. Los vagabundos se alimentan de lo que encuentran en los cubos de la basura, y esos pobres seres están aquí para darnos una lección. Nos dicen: «Obsérvennos, no hemos querido aprender a trabajar y ahora nos vemos reducidos a ir de cubo en cubo buscando los residuos abandonados por la gente, por seres más afortunados que nosotros».

 

Somos una imagen de los seres subterráneos que deben contentarse con los residuos de la vida celestial. De esta manera los vagabundos dan una lección al mundo entero, pero, ¿quién comprende su lenguaje? Dirán: “Pero ¡cómo! ¿Dios alimenta a los seres que están en el infierno?” Evidentemente, ya sé que esta idea sorprenderá a algunos, pero hay que reflexionar: estos seres inferiores, estos demonios que vienen a atormentar a los seres humanos, ¿de dónde habrían conseguido la vida? Solo Dios crea la vida y la distribuye. Si otros seres pudiesen fabricar la vida, serían tan poderosos como Dios. En realidad Dios no tiene rival alguno, nadie puede enfrentársele. Y, sobre todo, no necesita la ayuda de los seres humanos para que le ayuden a luchar contra los espíritus del mal. Solo Él mantiene la vida con su poder, y su generosidad le impide dejar morir completamente a cualquier ser, incluidos los más inferiores. ¿Por qué? Porque están a su servicio.

 

Si, los diablos están al servicio de Dios. Cuando alguien debe recibir una lección, no es el propio Dios el que se la da, sino que pide a sus servidores justicieros, los diablos: «Id a ver a tal o a cual, sacudirle un poco para hacerle reflexionar». Y si el Señor quiere que sus servidores trabajen, hay que alimentarles. Evidentemente, no son las mejores tajadas, ni las más grandes las que les caerán del Cielo, pero recibirán alimento. Y así es como puedo explicaros que la generosidad de Dios contiene la extraor-dinaria esperanza de que aun estos seres desposeídos, si se purifican y se arrepienten, volverán un día a Él. No me creéis, pero es la verdad. La gente es tan cruel que no quiere que los diablos mejoren; piensan que deben quemarse en el infierno eternamente. No; el Señor cree que sentarán la cabeza y volverán a Él. Y como tiene una paciencia infinita, no tiene prisa, y es por ello que todavía existen diablos que atormentan a los seres humanos. Llegará el día en que no podrán atormentar a nadie porque estarán maniatados y este tiempo se acerca.

 

Se preguntarán como sé todo esto... Sencillamente, lo sé porque lo he leído. ¿Dónde? Ciertamente no lo he leído en los libros de los seres humanos. No confío en los libros de los seres humanos, me han decepcionado demasiadas veces los errores y las incoherencias que encuentro en ellos, y ya no pierdo más el tiempo leyéndolos. Ahora solo leo en el libro de la naturaleza viva, y en él he descubierto que el amor de Dios, la vida de Dios desciende hasta las profundidades de la tierra y de los abismos. Incluso ahí hay algunas partículas de vida, ya que en caso contrario, ningún ser podría subsistir en estas regiones. Dirán “Sin embargo, los seres humanos crean la vida” No, la vida proviene de Dios, el hombre no hace otra cosa que transmitirla. El hombre no puede crear la vida: si supiera crearla, no moriría. El hombre solo transmite la vida para un tiempo determinado, pero por sí mismo o no es capaz de crear la vida.

 

 

Extraído del libro “Los secretos del libro de la naturaleza”

Autor: Omraam Mikhaël Aïvanhov

Editado por Bien de Salud

con la autorización de Editorial Prosveta www.prosveta.com

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