¿HAY QUE CONSULTAR A LOS CLARIVIDENTES?

 

Omraam Mikhaël Aïvanhov

Maestro de la Fraternidad Blanca Universal

FRANCIA

 

 

 

¡Eso sí, clarividentes sí que encontrarán! ¡Pululan! Hay miles y miles de personas que se dicen médiums, videntes extra-lúcidos, y que ponen anuncios en los periódicos de sus horóscopos, dicen que sus talismanes y las joyas que les ofrecen les darán todo, felicidad, riqueza, amor, suerte. Yo creo que existen algunos grandes clari-videntes en el mundo, ¡pero no me hablen de la mayoría de los que dicen serlo!

 

La cuestión estriba, no en dudar o en creer, sino en encontrar los mejores métodos de esfuerzo para avanzar en la vida espiritual... Los mejores, es decir, los menos peligrosos, los más eficaces, quizá los más largos, pero los más duraderos. La desgracia es que los seres humanos tienen prisa; no tienen ni la paciencia ni la confianza para comprometerse en una vía luminosa, más lenta pero más segura. Tienen prisa, quieren hacerse clarividentes como quien se hace pedicuro o manicuro, y en cuanto obtienen un pequeño resultado, arman un gran alboroto para atraer clientes, y de esta manera, inducen a error a mucha gente, aprovechándose de que las masas no tienen discernimiento y de que se lo tragan todo.

 

Viven de cualquier manera, no practican ninguna disciplina, ¡y se vuelven clarividentes! Bajo pretexto de que a veces dieron por casualidad una o dos respuestas exactas o de que tuvieron algunos sueños premonitorios, se dicen clarividentes. Y los hay así, ¡ya lo creo que los hay! No digo que no posean algunas pequeñas faculta-des y algunos pequeños dones psíquicos, sí, un poco de intuición, un poco de sensibilidad para con el mundo invisible, pero, sobre todo, mucha habilidad y caradura. Han comprendido que los humanos tienen necesidad de ser tranquilizados, adulados, y les dicen lo que tienen ganas de oír.

 

A veces, no ven nada, pero, para no decepcionar a los que vienen a consultarles, para no perder su prestigio, o incluso simplemente para no perder dinero, dan respuestas vagas, tratando de no compro-meterse. No hay muchos videntes honestos que les digan francamente: “Excúseme, pero hoy no puedo decirle nada, no veo nada; vuelva usted otra vez”. No, no, aparentan. Al principio, claro, la gente duda un poco de lo que les cuentan. Pero, ¡les gusta tanto oír que les digan que van a encontrar, por fin, al hombre o a la mujer de su vida, recibir una herencia, o satisfacer todas sus ambiciones! Y si no sucede, no importa, esperan todavía... En cambio no desean volver a consultar a aquél que les predice que van a tener que afrontar dificultades, pruebas, aunque ello se realice: tienen la impresión de que este clarividente no es benéfico para ellos y vuelven a aquél otro que les predijo todos los éxitos.

 

Sí, así es... ¿Quién es, pues, el culpable? Desde luego, en primer lugar, quienes van a consultar a los clarividentes. Puesto que tienen tanta necesidad de que les cuenten historias, encontrarán siempre a personas muy buenas, muy caritativas, que tendrán mucho gusto en contárselas.

 

No niego que ciertas personas tengan un don, claro, pero este don no les preserva de las debilidades, y tampoco les protege de las entidades tenebrosas que vienen a visitar precisamente a todos aquellos que no saben resistir a las tentaciones, a las codicias.

 

Por otra parte el don de estos clarividentes no puede ser muy relevante si no tienen otras cualidades. Así que, atención, si a pesar de todo quieren consultar a clarividentes, que, por lo menos, estos no sean unos cualesquiera.

 

Ahora, también quisiera llamar su atención sobre un punto: muchos van a consultar a clarividentes y les plantean preguntas cuya respuesta podrían encontrar por sí mismos con solo recurrir a su propia inteligencia, juicio y sensatez. ¡Cuántos indicios tienen ante sí, ante sus ojos! pero no los ven, no los oyen, y para aclararse irán a consultar a clarividentes, radiestesistas y cartománticos. Pero ¿de qué sirve que el Señor haya dado a cada uno ojos, orejas, cerebro, si siempre hay que ir a interrogar a los demás?

 

Algunos dirán: “Pero tenemos necesidad de consultar a clarividentes para conocer nuestro futuro, porque nunca se sabe lo que éste nos reserva, y estamos inquietos, preocupados”. De acuerdo, pero para conocer vuestro futuro no tienen necesidad de clarividentes. ¡Es tan fácil conocer el futuro! Evidentemente no en lo que concierne a la profesión, al matrimonio, a las ganancias o pérdidas de dinero, que, por otra parte, no son lo más importante. Pero, lo esencial, es decir, saber si avanzarán por el camino de la evolución, si serán libres, felices, viviendo en la luz, en la paz, o no, eso sí que es muy fácil y se los puedo mostrar.

 

Si tienen un amor irresistible hacia todo lo que es grande, noble, justo, bello; si laboran con todo su corazón, con todo su pensamiento, con toda su voluntad, para alcanzarlo y realizarlo, su futuro está enteramente trazado: un día vivirán en las condiciones que correspondan a sus aspiraciones, a sus ideales. Esto es lo esencial que tienen que saber sobre su futuro.

 

Todo lo demás: posesiones, gloria, relaciones con tal hombre o tal mujer, y hasta la salud, es secundario porque es pasajero; se les puede dar o quitar. Un día, no les quedará nada más que aquello que corresponda exactamente a las aspiraciones de su alma y de su espíritu.

 

El destino de la humanidad, pues, está regido por leyes precisas, matemáticas. Hay que comprender esto: el futuro depende de la orientación que le den ahora a su vida. Igualmente, lo que hagan ahora es el resultado de lo que hicieron en el pasado. Por eso tampoco es demasiado útil ir a consultar a clarividentes para conocer sus vidas anteriores porque ¿de qué esperan enterarse?...

 

Algunas personas me vinieron a contar lo que les habían dicho los clarividentes sobre su pasado, ¡y me dejaban perplejo! Un hombre dulce, gentil, humilde, que no habría hecho daño ni a una mosca, ¡y me enteraba de que había sido Napoleón! ¡Qué rápida transformación! Y otro, muy limitado intelectualmente, había sido Shakespeare... No tengo nada en contra, pero es un poco inverosímil. Además, ¡si supieran todas las personas que se me han presentado como reencarnaciones de santos, de santas, de genios, de reyes, de reinas, de faraones, de Iniciados!

 

Sobre esto, compréndanme, no quiero decir que no haya que creer nada de estas cosas; no, a menudo hay una parte de verdad. Cuando un ser es sensible, psíquicamente desarrollado, capta ciertos mensajes del mundo invisible, pero es raro que no se deslice algún error en lo que ha creído captar; y entonces les cuenta una mezcla confusa de verdadero y de falso. Para saber a qué atenernos deberíamos poder comprobarlo. Pero, por otra parte, ¿acaso todo esto es verdaderamente útil? ¿De qué puede servirles que les revelen su pasado? Si fuese verdaderamente deseable yo habría sido el primero en hacerlo. Y, precisamente, no lo hago.

 

Les aconsejo, pues, que dejen tranquilas a sus reencarnaciones; su revelación no les aportará nada. Sobre todo si les tienen que contar que han sido tal santo, tal príncipe, tal iniciado, como hacen algunos que para meterlos en el bote y obtener así su ayuda o su dinero, les inventan encarnaciones tan magníficas que ustedes quedan deslumbrados... ¡y engatusados! Sí, así es como embaucan a la gente. Cuando les cuentan historias semejantes no es para su bien sino para metérselos en el bolsillo. Si verdaderamente quieren hacer bien a los seres, vale más que les revelen sus lagunas, sus debilidades, en vez de trastornarlos con su pasado glorioso... ¡sobre todo si no es verdad! Y aunque sea verdad, lo esencial es lo que son ahora, no lo que fueron en el pasado. ¿Por qué recrearse siempre en el pasado? El presente es lo importante, y en el presente siempre hay algunas lagunas que colmar, algunas debilidades que corregir.

 

 

Extraído del libro “Una mirada al más allá”

Autor: Omraam Mikhaël Aïvanhov

Editado por Bien de Salud

con la autorización de Editorial Prosveta www.prosveta.com

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