LA EDUCACIÓN Y LA FELICIDAD

 

 

Educación viene del latín “educare”, que significa “criar, cuidar, alimentar”; y “educere”, que expresa la acción de “sacar o extraer y formar”. Por lo tanto, educar implica un doble desafío: el de criar sanos a nuestro hijos desde que los engendramos, durante su crecimiento en el vientre materno, así como cuando comienza su desarrollo fuera del cuerpo de la madre y ve la luz del mundo. En este sentido, la madre –principalmente- y el padre podrán prodigarle al bebe, desde que se aloja como un embrión en el útero materno, los mejores sentimientos y emociones que ellos requieren para un sólido desarrollo psicofisiológico. Estas elevadas vibraciones energéticas le otorgarán, al aún no nato, la percepción inolvidable de los estados de contento y felicidad.

 

De esta manera, se está garantizando un crecimiento holísticamente sano del infante, porque además los padres tendrán el cuidado de darle una adecuada nutrición para el correcto crecimiento y funcionamiento de sus órganos y sistemas biológicos.

 

Sin embargo, tanto o más importante que su alimentación selectiva para una eficiente nutrición, es el ejemplo de vida que el niño o niña va a observar en los padres, pues debido al afecto que el infante siente por ellos, consciente e inconscientemente internalizará en su conducta todo lo que en el hogar experimente.

 

En cuanto al entendimiento del verbo latino “educere”, cuando nuestros hijos ya están fuertes y gozan de excelente salud física y emocional, ¿qué tendríamos que sacar o extraer de ellos para formar qué? ¿Qué no le podemos transmitir y por lo tanto tenemos que sacarlo de ellos mismos para formarlos?

 

Como comprenderán, lo único que no podemos darle a nuestros hijos, ni a ninguna otra persona, es la experiencia con la que formamos nuestro carácter. Cada quien tiene que vivir sus propias experiencias, que lo conducirán a la felicidad o a la ruina, dependiendo de si tenemos más virtudes que defectos. Muchos padres cometen el gran error de sobreproteger a los hijos, inconscientes del inmenso daño que esto ocasiona en su formación.

 

El deber de la educación es inducir, motivar y promover que el educando saque desde su interior los valores que son la sustancia de su calidad espiritual. Del mismo modo, evitar que su comportamiento quede atrapado entre los infinitos deseos, que su inquieta y fresca mente catalizada por el mundo objetivo cada vez más estresante, lo mantendrá como el espectador de una película de extraordinaria acción, con toda la atención puesta en la pantalla, la cual simula al mundo externo que configura la ilusión como afirman los grandes maestros.

 

El educando tiene que formar el carácter por sí mismo en base a las experiencias adquiridas a través de sus pensamientos, emociones, deseos y acciones.

 

El verdadero objetivo y fin supremo de la educación es formar el carácter del ser humano, induciendo al educando a practicar las virtudes o valores universales y todas las cualidades que harán de él una persona de bien. Y como estas experiencias no se las podemos transmitir, tenemos que “enseñarles con el ejemplo”.

 

Al educando podemos otorgarle todos los conceptos detallados de la importancia de practicar los valores, así como también le podemos proporcionar abundante literatura sobre estos temas, pero si él no lo pone en práctica, será “como haber arado en el mar”.

 

La única manera de que exista una alta probabilidad de que el niño o adolescente incorpore valores a su comportamiento es ver que sus padres, profesores y, en general, los mayores, efectivamente los practican y por ello son prósperos y felices, no por los bienes y el dinero que puedan tener, sino más bien por la amabilidad y cortesía de su trato, por la predisposición de ser serviciales, por la paciencia ante sus inquietudes, por la tolerancia ante sus errores.

 

El educando se debe sentir bien, con confianza, estimado y seguro de ser entendido por los mayores, quienes ejercen directa o indirectamente la sagrada misión de enseñarle tanto en el hogar como en las aulas, en la ciudad, en el país y en el mundo. Siempre estamos aprendiendo y enseñando, es un círculo “virtuoso” que en algún momento nos revelará la “verdad”.

 

Por estas razones, ¿cómo les podemos pedir a nuestros hijos, alumnos, niños y jóvenes en general, que se formen en valores y sean buenas personas y ciudadanos, si nosotros mismos actuamos de manera diferente? ¿Cómo motivarlos a que se comporten de manera adecuada si ellos ven que sus padres, profesores, “padres de la patria” y las personas mayores en general no lo hacen y solo palabrean, amenazan y castigan?

 

En un inicio, cuando son infantes o niños, por el miedo a la reprimenda y al castigo, así como por el chantaje emocional del “ya no te quiero”, podrán adoptar un comportamiento aparentemente sensato, hipócrita o fingido, sin convicción y, sobre todo, reprimiendo sus verdaderas emociones y deseos, hasta que en la pubertad y la juventud, con la descarga hormonal, la racionalidad del pensamiento y la madurez que comienzan a adquirir, harán lo que realmente se les venga en gana. Cuando los regañemos o corrijamos, simplemente, con sonrisa irónica, nos contestarán: pero tú mismo no pones en práctica lo que predicas; y quizás ya no podremos hacer nada por ellos, cuando paradójicamente siempre hemos dicho que daríamos la vida por verlos realizados, sin entender nosotros mismos el profundo y verdadero significado, así como el desafío que encierra esta palabra.

 

Le educación directa comienza en el hogar y nunca termina, así como en las etapas por las que pasan los educandos en la escuela, el colegio y por los centros superiores de enseñanza; e indirectamente por la sociedad dentro de barrios, pueblos, ciudades. Si convivimos en espacios desorganizados, caóticos, sucios, donde no se respetan las normas cívicas y de comportamiento social, donde los actos reñidos con la moral sean los preponderantes y donde no existan espacios públicos presentables y que se valoren, permitiéndonos compartir momentos de tranquilidad, seguridad y que nos sean útiles para afrontar nuestra obligaciones, con absoluta seguridad que poco favor le estaremos haciendo a la educación y tendremos el entorno que merecemos.

 

Es indudable que si estamos bien educados, la naturaleza interna se reflejará en nuestro carácter, evidenciando una personalidad lograda, de la misma manera que en nuestro entorno, donde se forjarán barrios, pueblos, ciudades, países, continentes y un mundo pleno de prosperidad y felicidad.

 

El ser humano, en su ciclo de formación como tal, pasa por cuatro estadios claves en periodos de 7 años cada uno.

 

Desde que nace y hasta los 7 años, el niño forma sus emociones y sentimientos, por lo que la madre cumple un trascendente rol en esta etapa. Ella lo lleva en su vientre durante nueve meses y lo alimenta a través del cordón umbilical, el cual se corta cuando alumbra al bebé; pero lo que jamás se corta es el “amor” con el cual forma los sentimientos de su hijo o hija. El nuevo ser se manifiesta fundamentalmente por emociones y sentimientos; es por ello que se torna muy difícil corregir las desviaciones del carácter y las conductas antisociales en aquellos adolecentes, jóvenes y, peor aún, en las personas que no se han sentido amadas por sus padres, en especial por la madre.

 

De los 7 a los 14 años, el niño-adolecente comienza a pensar racionalmente y a elaborar ideas complejas, lo que le faculta para percibir la realidad e investigarla obteniendo respuestas cada vez más profundas. Es el periodo de vida donde paulatinamente formamos nuestra capacidad de reflexionar sobre nuestros propios pensamientos.

 

De los 14 a los 21 años, se forma la capacidad intelectual y se cimientan las bases para la formación definitiva de la personalidad, para posteriormente ir madurando progresivamente en base a las experiencias vividas que nos permiten, además de disponer de una comprensión intelectual, contar con la sabiduría necesaria para formar una familia y para tomar decisiones trascendentes sobre nuestro futuro.

 

De los 21 a los 28 años, el ser humano ha consolidado su personalidad y comienza a reforzarse la madurez que lo acompañará por el resto de su vida. Es la etapa en la que normalmente se toman las decisiones preponderantemente sobre la base del intelecto y el análisis lógico, para luego ir sumando a ellas la sabiduría con la que equilibramos el comportamiento.

 

Es esta incorporación de plataformas etarias que nos permiten construir nuestra personalidad y, como ya se mencionó antes, solo durante los primeros 7 años tenemos la oportunidad de desarrollar sentimientos de calidad en los niños.

 

Por lo tanto, podemos decir que en la vida siempre nos estamos educando, bien o mal, dependiendo de la calidad de nuestros pensamientos, sentimientos y actos. El secreto es estar conscientes de los que hacemos y de nuestras motivaciones, sin dejarnos llevar por la vehemencia, el automatismo o, peor aún, por la inmadurez del acto inconsciente.

 

La gran diferencia entre instrucción y educación

Existe una gran diferencia entre instrucción y educación. A través de la educación se forma el carácter de las personas, el ser humano se culturiza o se cultiva y evoluciona para SER. Por medio de la instrucción solo incorporamos al intelecto y a la memoria conceptos, teorías, doctrinas, filosofías, materias como ramas de la ciencia y la tecnología, las que siempre estarán en permanente cambio y evolución.

 

Por lo tanto, la instrucción es solamente un complemento de la educación; por eso se afirma: “se educa para la vida y se instruye para ganarse la vida”.

 

El ser humano educado, más allá de las materias o técnicas que domina, debe generar su propio conocimiento derivado de la experiencia correcta, de la sabiduría, y no solo internalizar nuevas habilidades.

 

El gran error que se comete en los sistemas educativos es formular sus programas solo con materias de conocimiento intelectual y no del conocimiento y de las manifestaciones fundamentales del “ser”. La verdadera educación debería constituirse en la base de la educación humana.

 

¿De qué nos sirven técnicos o profesionales eruditos si no presentan un sólido y bien logrado carácter? Tenemos a la vista nefastos ejemplos de mandatarios que exhiben una gran intelectualidad, con la que dominan “todos” los temas y que pueden hablar días enteros sobre ellos, pero en su comportamiento, que es lo que finalmente debería interesar a los ciudadanos, solo hay escándalo y corrupción, lo que termina quebrando la fe y la moral de la sociedad. Una ciudad devastada por un cataclismo se puede reconstruir con el esfuerzo y principalmente con la solidaridad humana, pero para reconstruir la moral social se necesitan del paso de varias generaciones. Por supuesto, existen muchos líderes honrados y destacados, pero precisamente porque se educaron en los valores fundamentales para una vida recta.

 

La educación debe tener como fundamento desarrollar la capacidad creativa de los educandos, promover su inspiración, sus capacidades artísticas y evitar la saturación de materias que causan estrés hasta tal punto que los que no tienen algunas capacidades para determinada materia, terminan con depresión y heridos de gravedad en su autoestima.

 

La educación es un arte por el cual todos nos cultivamos, y no un concurso de quién domina mejor una materia y quién es el mejor alumno.

 

La educación no es para unos pocos afortunados, ni para formar élites que continúen con el desarrollo de este mundo ultra competitivo, excluyente, frío y metalizado. La educación debe promover la equidad, la justicia y la inclusión social, aunque esta idea parezca una utopía, ya que nunca todos seremos iguales, pero sí es necesario otorgar a todos las mismas oportunidades de desarrollar sus capacidades.

 

Por lo antes dicho, debería ser prioritario el gasto del Estado en la educación, porque está destinado a formar el verdadero capital de las naciones y del planeta: el capital humano, con el cual es posible realizar todas las innovaciones e investigaciones científicas que la sociedad requiere para mejorar su estándar de vida objetiva o los servicios que proporciona, pero también, fundamentalmente, para mejorar su calidad de vida interior, para mejorar como especie, para sentirnos realmente “seres humanos”.

 

El rol del maestro

El maestro debe ser como un arroyo de agua pura. Los educandos que se acercan a beber de esta fuente “sedientos de crecer y ser mejores personas” lograrán este objetivo con mayor facilidad si los maestros son de calidad. Ellos deben presentar elevados ideales para que sus alumnos sigan esa huella y sean los futuros ciudadanos y líderes de la solidaridad y compañerismo que la sociedad necesita.

 

Es indispensable que los maestros practiquen lo que enseñan antes que tratar de corregir los errores de sus pupilos. Deben procurarse un sentimiento de abnegado sacrificio por el bien de la nación a fin de que los estudiantes tengan ideales consecuentes con lo que observan.

 

Los valores universales y las virtudes humanas no se compran en el “mercado”, se extraen de la profunda naturaleza del “ser” y se reflejan en nuestro comportamiento.

 

La educación que se sustenta en la enseñanza y práctica de valores no debe ser otorgada como simples materias académicas, las que ahora inclusive ya no requieren de aulas, libros y profesores debido al internet, sino que debe ser impartida como una base para edificar la vida misma a través de la acción correcta. Formemos entonces “maestros” y no “profesores”. Para entender lo que queremos decir veamos la etimología de cada una de estas palabras:

 

Profesor viene del verbo latino “profiteor”, que quiere decir “hablar delante de la gente”, compuesto por el preverbio “pro” que significa “delante de” y el verbo “fateor” que significa “hablar”. De esta manera se entiende que esta se aplicó posteriormente a “aquel que habla delante de los alumnos”, obviamente de las materias que domina.

 

Maestro tiene su origen en el latín “magis” que significa “más" o "mejor", en materia de servicios, es sinónimo de: "Dar lo máximo y lo mejor de uno mismo". El término “magis” es tomado de la doctrina espiritual de la Compañía de Jesús. Es atribuido a San Ignacio de Loyola, quien lo utilizaba cuando se refería al Amor a Dios, expresando que se debe "Buscar siempre hacer Magis (Más), darse Magis (Más)”. También afirmaba que se conseguía el “Magis” a través de la reflexión espiritual y el discernimiento. En este sentido, los “maestros” deben ser los verdaderos constructores de la humanidad, guías de la sociedad, formadores de personalidades trascendentes, y se les debe considerar y valorar por la gran labor que realizan.

 

Los maestros prácticamente asumen el rol de “padres” de las nuevas generaciones, ya que los educandos pasan más tiempo en las aulas que en sus propios hogares. Formarse y capacitarse para esta sagrada misión y rol social exige la mayor dedicación y entrega, por lo que la sociedad y el Estado deben otorgar el mejor de los ambientes y el mejor de los tratoshacia aquellos que forman a nuestros hijos.

 

Los maestros deben ser conscientes de que los más beneficiados con una educación de calidad son ellos mismos al enseñar con el ejemplo. Cuando ellos practican lo que están trasmitiendo como formación humana, “sacando a la luz” sus valores a través de su comportamiento, recibirán directamente los beneficios de este proceder; los educandos, en cambio, se benefician indirectamente porque están recibiendo solo enseñanzas y teoría, y podrán recién apreciar las ventajas reales cuando ellos estén convencidos de que las enseñanzas recibidas los conducirán por el sendero de la felicidad, y las pongan en práctica con plena consciencia para experimentar sus verdaderos e invalorables beneficios.

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