ESTABLECIENDO REGLAS EN LOS NIÑOS

 

 

Establecer normas de educación y convivencia y que éstas sean respetadas por los niños no es tarea sencilla. Los métodos más eficaces combinan respeto, comprensión, ecuanimidad y firmeza.

 

En las últimas décadas, la sociedad se ha vuelto cada vez más abierta y permisiva en muchos sentidos. Esto ha ocasionado que a la hora de educar a sus hijos, muchos padres se planteen cómo conjugar esa permisividad con la imposición de unos límites y normas que deben ser respetados, tanto en la vida familiar como en los distintos ámbitos sociales en que se desenvuelven los niños: la escuela, la relación con sus amigos y con los adultos, las actividades que desarrollan, etc.

 

Asimismo, el hecho de que cada familia tenga sus propias normas, hace que muchas veces los pequeños tiendan a comparar lo que les permiten los padres a sus amigos con lo que les permiten los suyos, ya sea la hora de acostarse, el tiempo que pueden pasar frente al televisor o a la computadora, el tipo de ropa que usan, entre otras cosas. Cualquier norma que se intente establecer será tachada de autoritaria e intolerante frente a lo que les dejan hacer a los demás, aumentando esa inseguridad acerca de cómo educar sin caer en el autoritarismo.

 

NECESIDAD DE FIJAR NORMAS

En primer lugar hay que destacar que, sea cual sea el modelo educativo de una familia, los niños necesitan tener límites para aprender a ser responsables, respetuosos y llegar a tener un control sobre sí mismos. Estos límites son como las señales de un camino que les enseñarán por dónde deben transitar, lo que pueden hacer y lo que no deben hacer para su propio bien y seguridad. Está claro que no nacen sabiéndolo y, su propia impulsividad los mueve a buscar el placer y la comodidad sin tener en cuenta ningún tipo de riesgo. Por ello, los padres deben mostrarles ese camino, del mismo modo que cuando aprendemos a conducir. Debemos aprender las normas que nos enseñen a circular, respetándonos a nosotros mismos y a los demás.

 

Aunque los niños tiendan a rebelarse frente a estas normas o intenten burlarlas, en el fondo se alegran de saber que tienen padres que, a través de ellas, están buscando su contención y les están poniendo un freno a sus caprichos. De otro modo, con una libertad absoluta, ellos mismos se perderían y acabarían estrellándose contra los contratiempos que se van encontrando a diario.

 

Por lo tanto, tener firmeza es básico a la hora de educar, independientemente de la edad de los niños, porque los padres no son sus colegas y su función va más allá de darles todo su afecto y cariño. Sin embargo, la autoridad que deben ejercer los padres no debe convertirse en autoritarismo; no se trata de imponerse de forma arbitraria, ni de pretender aplicar normas que solo responden a la tranquilidad de los mayores, y que no respetan la independencia propia de los niños, sino que deben servir para que aprendan a crecer de forma autónoma. De hecho, si se ejerce el autoritarismo, echando mano preferentemente de castigos, gritos y enfados, quizá se conseguirán hijos sumisos y obedientes pero, probablemente, no interiorizarán las normas. Además, el respeto hacia los padres se devaluará de forma progresiva, lo que puede desembocar en un deterioro de la vida familiar.

 

CADA EDAD TIENE SUS PARTICULARIDADES

Los primeros años: Son exploradores, no ven peligro en ninguna de sus acciones y los padres deben actuar sobre todo para prevenir accidentes. Las pequeñas transgresiones en esta etapa son fruto de su interés por experimentar y no por una clara voluntad.

 

A partir de 3 años: Los niños entran en la fase del negativismo, contradicen todo lo que se les diga y no quieren aceptar los límites impuestos. Esta etapa es la de afirmación del yo y para ello quieren hacer su voluntad. Se debe ser tolerante, sin permitirlo todo.

 

Hacia los 6 años: Es esencial la adquisición de hábitos como el aseo personal, la colaboración en las tareas del hogar y el tiempo de estudio. Es una etapa en que los padres deben imponerse para fijar las normas, pues los niños empiezan a saber lo que está bien y lo que no.

 

En la pubertad: Los conflictos se centran en la adquisición de una mayor libertad para reunirse con sus amigos y organizar sus horarios y su tiempo libre. Cada familia debe tener claros cuáles son sus propios límites, pero dejando siempre un margen de confianza en sus hijos.

 

PAUTAS PARA FIJAR LOS LÍMITES

Desde la serenidad y en un ambiente familiar agradable y donde se establezca el diálogo, es la mejor base para establecer normas. Por lo tanto, aunque existan problemas de autoridad con los hijos, se debe mantener una relación fluida y respetuosa. Pocas normas pero firmes, sería el lema principal que deben interiorizar los niños, pero también los padres. Un exceso de normas puede encorsetar la vida del niño y de la familia.

 

Las transgresiones son normales, ya que es el modo que tienen los hijos para probar a sus padres, ver su coherencia y probarse a sí mismos. Se puede mirar a otro lado de vez en cuando, pero hay que mostrarse serio si se produce una extralimitación de las normas.

 

Un "no" a tiempo por parte de los padres es siempre educativo y preferible, a mostrar una actitud tolerante hacia algún comportamiento que nos disgusta y que al final, cansados de esa actitud, se imponga la norma de forma autoritaria.

 

Los padres a veces se equivocan, por eso es muy positivo para los hijos que los padres puedan reconocer ante ellos que han cometido un exceso o se han saltado un límite. Los límites han de ser claros desde la infancia, ya que llegados a la adolescencia será imposible hacerlo.

 

No debe olvidarse que lo que puede resultar gracioso en un niño de 2 años, más adelante puede ser una muestra de mala educación.

 

Los castigos deben ser la respuesta proporcional a un comportamiento concreto, y no generalizar las críticas a toda su conducta, diciéndole que es un desastre, pues dañaría su autoestima. Es obvio que los castigos corporales e insultos son ineficaces y contraproducentes.

 

Llamar la atención de los padres puede estar detrás de un comportamiento inapropiado. En este caso es preferible hablar con el niño antes que castigarlo.

 

 

 

LA POSICIÓN DE PADRES

Emplear una disciplina positiva que refuerce los logros que vayan consiguiendo para ganarse el respeto de los hijos es la mejor opción.

 

Una buena manera de hacerlo es ocupar el lugar de los padres, mostrándoles lo correcto y Io incorrecto, lo que pueden y no pueden hacer a pesar de sus quejas y protestas, ya que no somos un amigo cualquiera que les festejamos todas sus gracias. Los hijos precisan de esa función parental y, a los padres, les será más fácil imponerse desde la amistad.

 

Paradójicamente muchos padres que se cuestionan el modo de aplicar una serie de normas no se dan cuenta de que sus hijos ponen sus propios límites en función de sus necesidades o, a veces, simplemente de sus caprichos. Así, cuando no quieran más papillas cerrarán su boca o escupirán si se les sigue dando; más adelante harán uso de un negativismo sistemático diciendo "no" a todo aquello que se les pida o querrán hacer las cosas a su modo porque se creen mayores. Los niños necesitan de padres que, además de proporcionarles todos los cuidados físicos y afectivos, se sientan seguros de sus funciones y que les muestren claramente lo que está permitido y les reprochen cuando hagan algo incorrecto. Cuando los niños perciben esta seguridad en las decisiones y criterios de sus padres, también se sienten más seguros y otorgan más credibilidad a sus palabras que cuando se encuentran frente a padres inseguros e inconstantes, cuyas normas van cambiando día a día en función de sus conveniencias.

 

Por ejemplo, si un niño se niega a ir al dentista para su revisión, los padres deben explicarle la necesidad de ir y el porqué de esa visita; frente a eso no caben negociaciones ni premios; simplemente deben ir por su propia salud, no porque recibirán un regalo a cambio. Esta contundencia les hará valorar la importancia de su salud y, a la larga, se harán más responsables de la misma. Por otro lado, la actitud de los padres sobreprotectores es muy negativa porque tienden a poner prohibiciones que responden exclusivamente a sus propios miedos y angustias, imaginándose riesgos que, aunque sean posibles, los niños deben ir asumiendo progresivamente. Por su propia tran-quilidad, algunos padres de este tipo no dejan ir a su hijo a dormir a casa de un amigo, o le impiden salir de campamento o, simplemente, cuando son más pequeños, no los dejan tranquilos en el parque, argumentándolo como si fueran una serie de normas que los niños deben respetar.

 

SER CONSECUENTES

Cada vez que los padres quieren imponer sus normas, desde poner la mesa, hacer la cama, marcar un tiempo de estudio o, más adelante, un horario para regresar a casa, es prácticamente predecible que sus hijos tiendan a rebelarse.

 

Es importante tener en cuenta que una actitud crítica por parte de los pequeños es sana, ya que un exceso de sumisión hace que los niños puedan irse cargando de malestar contra sus padres. Las críticas razonables siempre pueden ser motivo para el diálogo y, en algunos casos, para la negociación y el pacto entre ambas partes implicadas. Todo ello - las pequeñas rebeldías y las críticas - no debe impedir que los padres sean consecuentes y coherentes a la hora de establecer límites y, aunque no es una tarea fácil, conviene tener claro las siguientes finalidades:

 

La meta educativa es que los niños acaben siendo personas maduras y responsables. Los límites, por tanto, no deben responder nunca a un "porque sí" o a un "porque lo digo yo", sino que deben ser objetivos y razonados. Solo de ese modo los niños pueden llegar a interiorizar la conveniencia de las normas, tanto las que se fijen en casa como las que vaya recibiendo a lo largo de su etapa escolar.

 

Los padres deben ponerse de acuerdo: no hay nada peor para un niño que ver a los padres discrepar tanto en las formas como en el contenido de su educación. No es positivo que la madre o el padre no le dejen hacer una cosa y el otro cónyuge encubra a su hijo con su permisividad. Los padres deben llegar a un consenso previo.

 

Predicar con el ejemplo es la postura más acertada: las normas para los hijos deben ser seguidas también por los padres. Si es conveniente que los niños se cepillen los dientes después de cada comida, también lo es para los mayores; si les decimos que no vean tanto la televisión, nosotros también debemos hacerlo. Si el espejo en que se miran, los propios padres, les muestra otra cosa de la que se dice, ellos también buscarán saltarse los límites establecidos.

 

Los límites y normas deben responder a los valores: hay que procurar razonar con ellos los motivos por los cuales no les dejamos hacer unas cosas o les pedimos que hagan otras, y esos motivos deben responder a valores estables. No hay peor momento para establecer un límite que después de un enfado, pues probablemente esta noma será arbitraria y fruto de ese enfado, con lo que tendrá poca consistencia y resultará más difícil de respetar.

 

LOS POLÉMICOS CASTIGOS

Premios y castigos son métodos polémicos, pero debe tenerse en cuenta que ambos constituyen un medio para la educación aunque no un fin en sí mismos. Los niños deben estar advertidos de las consecuencias de no cumplir un límite, y saber que si eso ocurre, se hará efectivo un determinado castigo. No obstante, los padres deben aprender también a alentar las buenas conductas y las actitudes positivas, pues con ello fomentarán un clima de respeto y confianza en el niño, que reforzará su voluntad de seguir las normas.

 

Finalmente, es fundamental que tanto premios como castigos se combinen con otros métodos educativos, ya que los niños no deben acostumbrarse a seguir las normas para evitar un castigo o para obtener un premio.

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