LOS ESTUDIOS NO BASTAN PARA DAR UN SENTIDO A LA VIDA

 

 

La situación de los jóvenes que estudian es por un lado, muy respetable, pero al mismo tiempo comporta algunos peligros. Los estudiantes tienen la suerte de enriquecerse intelectualmente por el conocimiento, al mismo tiempo que obtienen diplomas que les permitirán ganarse la vida y ocupar un cargo en la sociedad. Pero el peligro está en que se tomen demasiado en serio lo que les enseñan en las escuelas, en las universidades y que no busquen ir más allá. Los estudios son útiles, necesarios, incluso indispensables, pero la verdadera comprensión de la vida no está ahí, no se encuentra en la acumulación de conocimientos intelectuales. Con es-tos conocimientos uno se queda en la superficie de las cosas, no encuentra el sentido, y esta es su laguna más grave.

 

¡Cuántos estudiantes, cuando terminan sus estudios universitarios, se encuentran desorientados, vacíos! Lo que han aprendido, tan solo les ha servido para sobrecargar su cerebro, para sembrar en ellos la duda, la confusión. Es conveniente conocer la historia, la geografía, la química, la biología, etc., pero todo eso no basta para que la juventud sea más feliz y más equilibrada. Y los responsables de la enseñanza pública se asombran viendo que, a pesar de sus esfuerzos para mejorar sus con-diciones laborales, los jóvenes continúan drogándose, rebelándose y yendo a la deriva.

 

Tomemos un ejemplo muy simple: la química. En los cursos de química los alumnos aprenden la composición de los diferentes cuerpos, sus propiedades y las condiciones (temperatura, proporciones...) en las cuales son posibles sus transformaciones. Bueno, esto está muy bien, pero ¿de qué les puede servir, verdaderamente, si no saben que su vida interior también obedece a estas mismas leyes? Y, precisamente, no lo saben y se imaginan que, de cualquier manera, en cualesquiera condiciones, introduciendo en ellos cualquier tipo de elementos (pen-samientos, sentimientos, deseos), obtendrán, de todos modos, aquello que desean. Pues no, los pensamientos, los sentimientos, los deseos, son como elementos químicos, tienen propiedades tan diferentes como las de éstos, y su encuentro, su combinación, produce igualmente reacciones muy variadas. Las mismas leyes rigen el mundo físico y el mundo psíquico, y, para nuestro equilibrio, para nuestro desarrollo, es más importante conocer la química psíquica, porque, si no, corremos el riesgo de envenenarnos, de quemarnos, de producir explosiones, etc.

 

Mientras se sientan capaces de ello y les guste, los jóvenes deben estudiar, pero sabiendo que lo que les enseñan solo podrá satisfacer una parte de sus aspiraciones. Estudiar es útil para adquirir conocimientos, pero, interiormente, los estudiantes necesitan una filosofía divina, como un hilo de Ariadna, que les permita orientarse y reencontrarse en el laberinto de los conocimientos. Y esta filosofía divina también les ayudará a no dejarse arrastrar por las diversas formas de pensar que, de vez en cuando, aparecen en los ambientes intelectuales; al cabo de un tiempo, desaparecen para ser sustituidas por otras corrientes que, a su vez, desaparecerán también. Se trata de modas pasajeras, porque todos los sistemas que no están inspirados en una verdadera comprensión de las leyes de la naturaleza y de la vida, no duran.

 

Los estudiantes pueden leer y conocerlo todo de todas las ciencias, de todas las literaturas, de todos los sistemas filosóficos...¿por qué no, si son capaces de ello? Los conocimientos son materiales, riquezas, ¿por qué no adquirirlos? Pero deben desconfiar de las conclusiones. Sí, desconfiar de las conclusiones que hayan podido sacar los sabios y los filósofos a partir de todos estos conocimientos que tenían a su disposición. Cuando, después de años de estudios y de investigaciones, estos grandes pensadores, estos grandes profesores, os dicen que han llegado a la conclusión de que el universo es obra del azar, de que no existe ningún orden en la creación, de que el alma, la moral, la religión no son más que invenciones que hay que rechazar, que la tierra es un campo de batalla en el que cada uno debe luchar para defenderse, para no ser devorado por el vecino, etc., escuchadles por curiosidad, si queréis, pero no os dejéis influenciar. Por otra parte, ¡cuántas veces han cambiado, en el transcurso de los siglos, las conclusiones de los sabios y de los filósofos! ¿Por qué fundamentar entonces la vida sobre bases tan inestables? Todos los conocimientos deben llevarnos hacia Dios, hacia la compren-sión del sentido de la vida. Si nos separan de Dios y del sentido de la vida, ¿para qué nos sirven? Vale más dejarlos de lado.

 

Con demasiada frecuencia llegan hasta mí estudiantes que se quejan, diciéndome : «Ya no sé ni dónde estoy ; ahora ya no creo en nada...» ¡Qué labor para mí, que después debo ayudarles a reencontrar su camino! Porque ese estado de desconcierto se refleja en su comportamiento: están dispuestos a hacer toda clase de tonterías. Sí, si el mundo no es más que un absurdo, sin sentido, un caos, ¡cualquier cosa está permitida ! Y todo eso tiene, a veces, consecuencias incluso para la salud, porque este desorden que se produce en la cabeza, acaba por afectar a todo el organismo.

 

Así pues les digo a los jóvenes: ¡cuidado!, recibís un bagaje que puede haceros sucumbir si no sabéis equilibrarlo y digerirlo gracias a otros elementos. El cerebro, el sistema nervioso, no están suficientemente preparados para recibir el peso de todo ese saber indigesto; hay que reforzarlos con otro saber.

 

Pero no me comprendáis mal. Cuando critico a los intelectuales y la importancia que se da a los estudios universitarios, no es porque encuentre ridículos o malvados a los intelectuales, ni a los estudios inútiles o nocivos. No, lo que yo critico es esta tendencia a creer que los estudios y las labores intelectuales representan el summum del cono-cimiento y del pensamiento. ¡Como si no hubiese nada más allá ! Si la inteligencia cósmica ha dado un intelecto al ser humano, es para que éste lo utilice, y lo haga investigando, analizando, comparando. Pero el intelecto, es un instrumento insuficiente; el campo que los humanos pueden explorar gracias a él es limitado, y, a menudo, hasta contradictorio. Por eso, deben proseguir sus investigaciones aún más allá, hasta el dominio del alma y del espíritu, porque, si no, se sentirán zarandeados de un lado a otro, siempre inseguros e insatisfechos.

 

Así pues, que todo quede claro de una vez por todas. Aunque conozco los defectos de la enseñanza universitaria en el mundo entero, nunca he aconsejado a los jóvenes que dejasen sus estudios. Al contrario, los estimulo para que continúen, porque he visto cómo mi Maestro Peter Deunov, actuó conmigo. Ya antes de conocer al Maestro, había aban-donado el Liceo porque consideraba que la Ciencia iniciática que había descubierto a través de los libros superaba todo lo que había aprendido hasta entonces. Para mí ya no contaba más que eso: la Ciencia iniciática y los ejercicios de respiración, de concentración, de meditación, la oración, el ayuno, etc. Evidentemente, todo esto no era nada razonable: mis amigos y, sobre todo, mi madre, se inquietaban, pero yo no quería escuchar a nadie.

 

Después conocí al Maestro Peter Deunov...me dejó hacer durante un cierto tiempo, y después, un día me dijo : «Debes volver al Liceo para terminar tus estudios». ¡ Vaya cosa ! ¡ Quedé estupefacto ! Hacía cinco años que los había abandonado, y todavía me quedaban tres años para terminarlos. Tenía cinco años más que el resto de los chicos, y verda-deramente se trataba de una prueba humillante para mí: tenía la impresión de que debía volver con los niños.

 

Habría podido estudiar solo y presentarme a los exámenes. Pero no, el Maestro me exigió que volviese al Liceo, ¡y tuve que sentarme en los mismos bancos que aquellos chicos mucho más jóvenes que yo ! No os contaré las anécdotas divertidas que se produjeron. También hubo relaciones de amistad entre ellos y yo, porque veían que, aun siendo ma-yor que ellos, tenía más experiencia en ciertas cuestiones, y se acercaban a mí para hablarme, para preguntarme sobre toda clase de temas.

 

Finalmente acabé el bachillerato, y creí que todo había terminado... Pero de ninguna manera, todavía no se habían terminado mis penas, porque, entonces, el Maestro me dijo : «Ahora debes ir a la Universidad». ¡Ay, Ay, Ay ! Yo que aspiraba tanto a otra cosa; todavía más tormentos. Pero es-cuché al Maestro. Me gustase o no, sabía que debía escucharle, porque él veía con más claridad lo que era mejor para mi futuro. Y así pasé estudiando algunos años más: preparé exámenes de psicología, de filosofía, de pedagogía, mientras seguía algunos cursos de las disciplinas científicas, porque me interesaban. Cuando obtuve los diplomas, me dije : «¡ Señor, que no me pida ahora el Maestro continuar estudiando hasta el doctorado !» Felizmente, no me pidió nada semejante... ¡Y por eso no soy doctor!

 

Todo esto para deciros que se puede estudiar sin perder lo esencial. Yo nunca he apartado a los jóvenes de sus estudios; al contrario, siempre les he animado, y también he estimulado a algunos a reanudarlos cuando los habían abandonado. Simplemente digo que es necesario tomar algunas precauciones para no dejarse engañar o desequilibrar.

 

Antes de entrar en la Universidad, me había ya sumergido en la inmensidad de la vida del alma y del espíritu, y eso fue lo que me protegió. Pasé todos esos años de estudios como un pato atraviesa un estanque. Estaba «untado en aceite», sí, mis plumas estaban bien untadas. No lamento todos los años que me pasé estudiando, porque, de todas for-mas, tenía curiosidad por ver lo que podía aprender. Y es cierto, aprendí muchas cosas, pero no me dejé influenciar por la mentalidad de todos estos autores y profesores más o menos sabios e instruidos: siempre mantuve presente en mí la luz de la Ciencia iniciática.

 

 

Extraído del libro

"Un futuro para la juventud" colección Izvor.

Autor: Omraam Mikhaël Aïvanhov

publicado por Bien de salud

con la autorización de

Editorial Prosveta

www.prosveta.com

 

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