¿POR QUÉ MENTIMOS?

 

 

 

Según la definición de la Real Academia Española, una mentira es una expresión que resulta contraria a lo que se sabe, se piensa o se cree. La mentira implica una falsedad. Quien pronuncia una mentira espera que el otro tome sus palabras como veraces. De esta manera, la persona que miente sabe que está incurriendo en algo falaz, pero su interlocutor no puede advertirlo. Es por eso que hablamos del “descubrimiento de una mentira” cuando el otro encuentra que ha sido engañado.

 

¿Cómo nos afecta la mentira?

La mentira es una de las realidades más generalizadas en nuestra sociedad que en su más negativa connotación puede llegar al punto en que la conciencia de muchos se insensibiliza y debilita. Las personas están convencidas de que no se puede vivir sin mentir y se justifican al hacerlo, aunque sus argumentos, casi siempre, son inconsistentes e ilusorios. La falsedad y el engaño resultan muy perjudiciales en las relaciones entre los seres humanos. Fomentan la desconfianza, el recelo, la duda, la incredulidad, la sospecha. Destruye, además, la comunicación eficaz y la armonía del ambiente.

 

Vivimos en un mundo donde el “doble mensaje” está latente en cada circunstancia. Lo que no sabemos o no tomamos en cuenta es el poder que tiene la mentira sobre nuestro cuerpo, el peso que nos deja y que luego nos traerá consecuencias que se verán reflejadas en nuestra personalidad y el trato con los demás.

 

La mentira puede derivar en factores como el estrés, la angustia, el dolor y la baja autoestima. Una investigación realizada en la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos, demostró que decimos, en promedio, 11 mentiras por semana y que reducir ese número sería beneficioso para nuestra salud. En base a los resultados, los científicos analizaron qué pasa cuando las personas se vuelven más honestas. Entre los cambios positivos: bajaron los sentimientos de tensión, los de melancolía, los de dolores de cabeza y las molestias en la garganta.

 

Está comprobado que solo algunos sujetos con trastornos de personalidad pueden convencerse de que la mentira les aporta beneficios o algún tipo de placer. Los sujetos narcisistas usan la mentira para convencer a los demás de sus virtudes y de los beneficios que obtendrían si los tuvieran como pareja, compañero, amigo, etc. Los antisociales o psicópatas encuentran placer al mentir, sin culpa ni remordimiento.

 

La escuela del Psicoanálisis relaciona a la mentira con los pensamientos negativos que tenemos sobre nosotros mismos. En personas con baja autoestima predominan las emociones pesimistas y los sentimientos de vulnerabilidad ante las vicisitudes de la vida cotidiana. Cualquier riesgo es considerado una amenaza. El temor al fracaso hace que eviten arriesgarse a la crítica o al rechazo.

 

La mentira le resta valor a nuestras palabras

 

Ante este panorama, la recomendación más acertada, clara y sencilla es apostar por la verdad. La comunicación franca, sincera y honesta seguirá siendo la forma más saludable de relacionarnos con uno mismo y con el resto. Es aconsejable, también, laborar para lograr una autoestima sólida, permitirse cometer errores sin vergüenza, expresar temores y flaquezas y aceptar el derecho a decepcionar o fracasar sin que esto se convierta en una catástrofe.

 

¿Cuándo aprendemos a mentir?

No nacemos con un código moral, este que se adquiere mediante la observación y se desarrolla a lo largo del ciclo vital. La “necesidad de mentir” y la capacidad de entender el concepto es algo que los niños asimilan a medida que crecen.

 

Los niños menores de tres años no mienten aunque digan cosas que no son verdad, pues para ellos sí lo son y con eso les basta. Entre los tres y cinco años, la mentira no se produce de forma consciente, sino que aparece como elemento de juegos, historias y fantasías. A veces, incluso, los niños en esta etapa mienten porque imitan lo que ven. Recién a partir de los cinco años de edad, el niño empieza a mentir de forma consciente. Ya conocen la diferencia entre lo que es cierto y lo que no lo es, aunque hasta los siete años, aproximadamente, aún no tienen muy claro que mentir sea algo incorrecto.

 

Cada acción mentirosa tiene su propia especificidad como fuente; sin embargo, sí hay cierta recurrencia en los niños cuando se lleva a cabo como se muestra en la siguiente lista que detona la mentira:

 

* Evitar ser castigado.

 

* Obtener algo que no se podría conseguir de otra manera.

 

* Proteger a los amigos en problemas.

 

* Protegerse uno mismo de algún daño.

 

* Ganarse la admiración o el interés de otro.

 

* Evitar una situación social embarazosa.

 

* Evitar cualquier vergüenza.

 

* Mantener la intimidad.

 

* Demostrar el propio poder sobre una autoridad.

 

Un niño requiere de las siguientes habilidades para mentir: empatía, uso del lenguaje adecuado, control emocional, velocidad de pensamiento y lenguaje, y capacidad de planeación. Si la mentira es exitosa, el niño sentirá fuerza, poder y autonomía.

 

¿Por qué mentimos?

Mentir constantemente puede parecer contraproducente, pero engañar “ligeramente” a los demás y proyectar, incluso, una imagen ensalzada de uno mismo es una parte natural de la vida. Como diría el filósofo Friedrich Nietzsche: “mentir es una condición más de la vida”. Aún así, ¿por qué mentimos tanto?

 

Aprendemos a mentir desde pequeños mediante la observación. Los niños mienten, principalmente, para proteger a otro, para mantener una promesa o por miedo a las consecuencias. Todas ellas son razones emotivas.

 

Estudios realizados en personas adultas revelan que una de cada cuatro mentiras se dicen para proteger a un tercero. No es difícil identificar el acto de mentir como un “engrasante social”. ¿Te imaginas que todo el mundo fuese brutalmente honesto todo el tiempo? La convivencia se haría casi imposible, pues nuestra diaria interacción se basa en la consideración y respeto a las ideas, actitudes e incluso a la imagen de los demás esperando que hagan lo mismo con nosotros. Con esto no se pretende fomentar la mentira, sino más bien, aceptarla como parte de la rutina y asumir una postura menos crítica respecto a esas pequeñeces que decimos y no son 100 por ciento ciertas sin sentir culpa al respecto por el resto del día.

 

En cuanto al género, las investigaciones evidencian que las mujeres mienten más para proteger los sentimientos de otros, mientras que los hombres lo hacen para mejorar su propia imagen. También existen estudios que revelan que las mujeres suelen mentir en el 20 por ciento de sus conversaciones mayores de 10 minutos.

 

Se cuenta que Aristóteles nunca mentía. En una ocasión, un discípulo le preguntó por qué no mentía. El filósofo contestó: “la mentira solo sirve para que no te crean cuando dices la verdad”. En efecto, lo que hace la mentira es restarle valor a nuestras palabras. Tratemos, en la medida de lo posible, de enseñar con la verdad y, sobretodo, con el ejemplo. Solo así estaremos asegurando un futuro más honesto.

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